domingo, 2 de noviembre de 2014

Reflexiones en torno a las elecciones y lo que vendrá

La imagen fue tomada en la convocatoria hecha por la Ruta Pacífica de Mujeres, el 10 de junio de 2014, en la Plazoleta de San Francisco. (Foto: Mauricio Villegas).
Una oportunidad histórica 

Se presentan aquí las actuales dificultades del gobierno reelegido y los desafíos del posconflicto en nuestro país. El momento histórico que vive el país, debe ir más allá de la manipulación rampante que intenta suplantar el escrutinio público.

Por Juan Carlos Lozano (*)
En nuestra historia política reciente, es difícil encontrar un momento tan complejo políticamente hablando como este.  Estas elecciones contaron entre otras, con un presidente – candidato que hasta último momento logró subir en las encuestas, asimismo, hubo y persiste, una oposición de ultraderecha disfrazada de centro, sumado a tres candidatos como Clara López, Martha Lucia Ramírez y Enrique Peñalosa que no lograron sobrevivir ante la polarización Uribe–Santos.


Las presidenciales debatieron temas tan urgentes como los diálogos de Habana, el fallo de La Haya, las diferentes reformas que requiere un Estado para nada eficiente y tal vez, el más importantes de todos los temas, el postconflicto.  Estas reformas son tanto urgentes como vitales sí de verdad queremos superar el lastre de años de malos manejos cultivados por la politiquería y la corrupción.  El desafío que tenemos ante nosotros se hace más grande si tomamos en cuenta por lo menos dos cuestiones: Primero, sí reconocemos que el Estado requiere de reformas sustantivas, preocupa que el presidente reelecto, Juan Manuel Santos, quiere pasar a la historia como un gran reformador, cuando en la realidad ninguna reforma parece funcionarle.  Mientras, la segunda cuestión, se ubica en el sentimiento latente en muchos colombianos en contra de las guerrillas. 

Colombia vive un momento histórico interesante que su clase dirigente no logra interpretar del todo.  La pasada reforma a la educación y el paro agrario son muestra clara que la movilización como herramienta de control político de las masas está siendo experimentada y gana consistencia con el paso del tiempo.  En este orden de ideas, deberíamos estar debatiendo a profundidad los planteamientos de las distintas posiciones políticas en torno al postconflicto, sin embargo, el escrutinio público pasa por otros temas, que por momentos parecen restarle importancia a lo que está en juego.  Con cierta tristeza vemos como algunos debaten en quien se parece más a quien, o quien tiene cierta condición social.  No obstante, las reformas que impactan a la vida de las personas, son menester por el gobierno reelegido.

El momento histórico que vive el país, debe ir más allá de la manipulación rampante que intenta suplantar el escrutinio público.  Sin duda, es difícil en una democracia que las ideas sean materia de comerciales, vallas publicitarias, camisetas y demás.   De lo que se trata es de confrontar ideas, de debatir con reglas claras como el respeto por el Otro y su posición política; creo que aquí estamos ante la tarea más difícil del postconflicto, como es cambiar las lógicas con que pensamos a Colombia.  Estamos ante un punto de quiebre entre aquello que vivimos por los últimos cincuenta años, donde nuestra gente logró convivir con la confrontación armada y de paso, con la muerte.  El posconflicto es un proceso de largo aliento donde tendremos la vital tarea de reconstruir el tejido humano afectado por años de confrontación, siendo una de las tareas complejas, el tener una buena parte de colombianos que se oponen a los diálogos y lo pactado hasta el momento con la guerrilla de las Farc y afectos a la fuerza política que hace una oposición de ultraderecha en Colombia.  Sin embargo, es vital no llamarse a engaños.  Tenemos un país que vive un claro divorcio con la institucionalidad representada en partidos políticos alejados de los problemas sociales.  El país vive una profunda crisis que pasa por la justicia, salud, educación, empleo, el Congreso y la Presidencia, sin contar, que servicios elementales para el buen funcionamiento de una sociedad no mejoran, la salud por ejemplo, vive uno de sus peores momentos.  Así, tenemos que nuestros políticos contribuye de buena manera a la existencia de un electorado descreído, de una clase enquistada de defraudares públicos que ven en el erario la posibilidad de poder, negocios y relaciones de conveniencia.  Todo esto pese a que sondeos advierten que Colombia es uno de los países más felices del mundo. 

Las elecciones presidenciales de este año pasaran a la historia como aquellas donde los colombianos nos jugamos una oportunidad por la paz y sus beneficios.  Sin embargo, dejan un país fracturado gracias a la comisión de posibles delitos como el espionaje y demás, como las denuncias del ingreso de dinero ilegal a la campaña del Presidente–candidato.  Esto sin contar, que el Centro Democrático, será en la práctica el movimiento político de oposición más fuerte en el Congreso por venir.  Los antiguos paros dejaron claro que es posible reunir a personas de diferente formación, clase económica y posición política, en torno a temas tan importantes como la educación y el campo.  Por tanto, el candidato electo se enfrenta no solo a una fuerte oposición dentro del legislativo, al mismo tiempo,  se enfrenta a buena parte de un electorado que sí bien votó por él, lo hizo en respaldo a los diálogos de con la guerrilla y no por el éxito de su gestión, mientras otra parte del electorado, no solo no votó por la continuidad de su gestión, sino que crítica fuertemente su proceso de paz.

Uno entre muchos errores
El país que se enfrenta al postconflicto exige un diseño nuevo, y que ojalá abandone el lugar común de nuestra clase dirigente, que por años ha creído que su labor es fortalecer la institucionalidad y no las vidas de las personas.  Nuestras élites cometen un grave error.  Su miopía les juega una mala pasada al creer que los ciudadanos por ser observadores de las normas, no van a manifestarse por la precaria situación en la que viven.  No hay necesidad de guerrillas para que un campesino que ve como la Policía destruye sus semillas para la cosecha siguiente, se indigne.  Se equivocan aquellos que piensan que a punta de fiestas, subsidios y rezos, los ciudadanos seguirán aguantando estoicamente su precaria situación.  En nuestro país, tanto el movimiento campesino como la Mane demostraron que es posible llamar la atención de propios y extraños acerca de los graves problemas en algunos sectores del país.

La cosa es que nuestra élite observa desde su cómoda posición como los ciudadanos de pie sobreviven entre la informalidad, mala prestación de servicios de salud, educación y el desempleo.  El asunto pasa por el incremento desmedido del costo de servicios elementales para llevar una vida digna, es decir, vivir y no sobrevivir.  Mientras tanto, la gasolina sube como la espuma y así por el estilo.  De igual manera, el sistema de justicia deja mucho que desear ante casos como el de Interbolsa (pirámide estrato seis) y la casa por cárcel para los ladrones de cuello blanco, mientras, la persona del común se bate en el grave hacinamiento de nuestro sistema carcelario por robar cubos de caldo en un supermercado.

Las cosas definitivamente no andan bien.  Aquí nuevamente se comete un error al tratar de deslegitimar la protesta a través de no reconocimiento de la legitimidad de los distintos reclamos.  Y no se trata de tildar de pesimistas o mamertos a todos aquellos que reclaman el Estado Social de Derecho para nuestro país, se trata de barajar de nuevo la mano, repartiendo cargas de forma equilibrada, sin sofismas ni embauques.  De hacer reformas estructurales para que las cosas cambien de verdad, y no para favorecer los intereses de aquellos que pueden comprar un servidor público o tener amigos fuertes en el Gobierno o el Congreso.  Este último tiene sobre sus hombros una pesada responsabilidad, el diseño de la nueva visión de país debe estar presente en la legislación del postconflicto. 

Ante lo dicho aquí, es urgente una clase política que le crea al pueblo cuando este se manifieste.  Que abandone la vieja retórica de satanizar la movilización social argumentando el uso de armas y la presencia de ‘terroristas’; el pueblo es capaz de expresar su descontento y lo más importante, su comportamiento estoico no debe ser interpretado como una ignorancia de aquello que sucede a nivel político, económico y social.  Nuestros dirigentes harían bien en leer detenidamente el vehículo de los cambios sociales, poco a poco las personas han ido entendiendo que los añorados cambios no vendrán de parte de las instituciones, por lo contrario, son los ciudadanos organizados quienes logran mover lentamente la pesada estructura institucional hacia los intereses de las mayorías.  Si bien es cierto, nuestro ejecutivo pregona los diálogos de la prosperidad, habrá que preguntar, ¿prosperidad de quién?  Nuestra clase media nada entre deudas y sueños.  Ya los comerciales de héroes, casas, cifras de desempleo y demás, no son suficientes para ciudadanos que ven como sus vidas no son impactadas de manera positiva por cuanta reforma expide nuestro ocupado Congreso.  El tema es más delicado de lo que inicialmente parece, el divorcio es tal, que los héroes tan pregonados son aquellos que castigan la movilización social, y de eso, las personas ya saben.  El giro pasa por reivindicar lo público, evitando castigar con inhabilidad aquellos que busquen su defensa, además de generar oportunidades para todos y no para unos cuantos, estos últimos con la posibilidad de escribir en grandes medios, o de hablar a través de radio y televisión, sin embargo, existen situaciones que ni siquiera el maquillaje de los medios logra mitigar.  Habrá que darle al pueblo antes que el pueblo les quite.

El postconflicto y la urgencia de su reflexión
Para muchos la fecha del 15 de junio significó simplemente la fecha en que conoceremos como le fue a Colombia en el primer partido del mundial de fútbol.  Para otros, será el día en que se conozca quien gobernará este país por los próximos cuatro años.  Ante la actual coyuntura se han presentado lecturas de todo tinte, algunas hay que decirlo, presas de un reduccionismo importante.  El análisis resiste distintos matices, según sea el interés del comentarista.  Más allá de posiciones radicales, el enfrentamiento Uribe vs. Santos presente en la elección presidencial tiene un impacto directo en la reconstrucción del país después de la guerra. 

Lo primero que habrá que advertir, es que para nuestro país la “paz” tiene que ir más allá de la mera ausencia de la guerra.  Por tanto, lo primero es pactar la desmovilización de las guerrillas y la superación del conflicto armado, para de esta forma generar el ambiente necesario para barajar de nuevo la mano.  Aunque para muchos Uribe y Santos provienen del mismo lugar, en la práctica existen sutiles diferencias que impactaran el postconflicto.  Partamos del reconocimiento de conflicto armado en nuestro país.   Por espacio de ocho años la posición del gobierno Uribe tuvo a bien negar el conflicto argumentando que en nuestro país existía una amenaza terrorista.  Actualmente, nos encontramos en medio de una negociación que reconoce el conflicto armado y admite que los guerrilleros tienen algo que decir respecto al país, es decir, son tomados como interlocutores válidos.

La posibilidad de voltear la página de la guerra es más clara que nunca.  La guerrilla de las Farc como nunca antes ha expresado su voluntad de abandonar la guerra y apostarle al cambio del país por la vía democrática, estamos ante una posibilidad histórica de abandonar una larga confrontación donde ambos contendientes son perdedores, y lo son, por el precio que pagan tanto soldados como guerrilleros, la muerte.  Por consiguiente, nos enfrentamos con la necesidad de repensar el país, de abrir en el sentido amplio del término, posibilidades para la reconciliación después de años de confrontación.

Este repensar debe reflexionar en torno entre otras, a la manera de hacer política, me explico. El Presidente reelecto, Santos, tuvo al final de su campaña el apoyo de diversos sectores de la política nacional contrarios a su propuesta de gobierno, pero que ante la posibilidad de poner fin al conflicto, apoyaron decididamente al candidato presidente.  Sin duda alguna, las elecciones a la Presidencia dejan daños colaterales.  Ante el ambiente polarizado que rodeó la campaña, muchos tomaron posición, algunos hay que decir generaron sorpresa, mientras otros, confirmaron lo que se esperaba.  Aquí habrá que hacer un punto aparte, por los representantes de la izquierda democrática en nuestro país.  Clara López quien fue la candidata a la Presidencia por el Polo Democrático Alternativo, se la jugó al final por el fin del conflicto.  Lo mismo que Antanas Mockus, quien con su estilo calmado y reflexivo, se empeñó en mostrar las bondades de la paz.  Sin embargo, otros líderes de izquierda dejaron ver las dificultades que entraña hablar de un postconflicto en materia de gobernabilidad.  En otras palabras, el purismo coherente que calma conciencias, no aporta en la construcción de un nuevo país superada la guerra.

El posconflicto trae como tarea urgente para nuestra democracia, la necesidad de conformar un frente amplio que permita conducir el país por el camino de los cambios legislativos e instituciones que permitan superar la guerra y reorientar el rumbo que debe seguir el país. En otras palabras, urge un acuerdo político sobre lo fundamental.  Nuestros dirigentes tienen la pesada responsabilidad de anteponer las diferencias ideológicas y llegar acuerdos programáticos que permitan que quien quiera que sea el Presidente de Colombia, continúe con las políticas que aprueben sacar adelante las reformas que hagan realidad el postconflicto.  Colombia merece voltear la página de la guerra.  El largo proceso llamado postconflicto requiere del apoyo de todos, el gobierno reelecto tiene ante sí la difícil tarea de construir puentes con los millones de colombianos que aun tienen dudas de los beneficios de superar la guerra.  El postconflicto esta mediado por la urgente construcción y mantenimiento de un marco de ejercicio plural de la política, donde exista y sea necesaria la oposición, urge construir en compañía del otro.  Asimismo, la paz necesita y requiere de manera apremiante, militancia.  Es decir, que ese frente común o amplio, se encargue de hacer pedagogía en todo el país explicando el A, B, C del asunto, de otra manera, es factible que ocurra que quienes no están conformes con lo negociado recurran a todo tipo de señalamientos olvidando la pretensión de validez de los mismos, dicho de otra manera, el no hacer pedagogía repetiría en la práctica la campaña por la presidencia.

La paz y el posconflicto, no son temas de blanco y negro, por el contrario, nos ofrecen una amplia gama intermedia de grises, esto sin lugar a dudas, representa un desafío para nuestra frágil democracia.  No obstante, y pese al optimismo que nos embarga el ver las guerrillas de las Farc y el ELN prestos a negociar con el gobierno, no debemos perder de vista que las democracias fracasan cuando no son capaces de solucionar problemas de la sociedad.  En otras palabras, el postconflicto es una responsabilidad que tenemos como país, es con todos los sectores con que se construye la paz, es decir, no es una relación formal entre los representantes de los negociadores en la mesa, por el contrario, la paz se construye desde la base.  Ese construir desde la base tiene que ver principalmente con la urgencia de cerrar la brecha de 50 años de guerra, de centrar las políticas del Estado en el desarrollo humano que recomponga el tejido humano dañado por años de confrontación y muerte.

El posconflicto tiene que ver con cambiar las lógicas con que pensamos el país.  Este repensar tiene que ver con aquello que Belisario Betancourt             –nuestro mejor y más digno expresidente–  señalaba al decir que “es como volver a barajar la mano”…  El cambio debe ser construido a través del debate abierto y participativo, con argumentos de razón pública, sin miedo a la diferencia y ojalá, sin que se impongan los prejuicios y dogmas.  Somos en buena forma una sociedad que se acostumbró y aún convive con el conflicto, algunos de nosotros poco sentimos al conocer de la muerte, tristemente la hemos interiorizado.  Desde diagnósticos como aquél que señala que Colombia es un país feliz pese al conflicto, nos tiene que hacer pensar seriamente en lo que queremos como nación.

Sin temor a equivocarme, creo que estamos ante una oportunidad valiosa de voltear la violenta página de la guerra.  Actualmente se respira un ambiente de mediano escepticismo a pesar que muchos anhelamos de corazón la paz.  Pienso que como advierte Michael Ignatieff, Los pueblos en democracia deben buscar en sus líderes aquellos dispuestos al riesgo del fracaso.  En este orden de ideas, prefiero perder apostándole a conseguir la paz a través de defender la posibilidad del fin del conflicto, que alimentar con palabras o gestos, un ambiente propicio para que la guerra continúe.

Aunque las elecciones del 2014 pasaran a la historia política del país como una de las elecciones más controvertidas donde primaron las acusaciones en detrimento de los argumentos, y a pesar que muchos colombianos votaron en contra de la propuesta santista, debemos defender la posibilidad de cambio.  No es fácil desde luego, superar 50 de guerra, máxime cuando existen fuertes reclamos de víctimas que perdieron a sus seres queridos por la confrontación.  Sin embargo, con la paz ganamos todos.  En este orden de ideas, el postconflicto pone ante nosotros la posibilidad de un país distinto, de poder romper con el espiral de violencia y miedo que genera un teatro de guerra.  No se trata de vivir refugiado en los argumentos provenientes del descontento y el escepticismo, se trata de darnos otra oportunidad como país, de construir juntos y paso por paso, con paciencia y respeto por el otro y su diferencia como se construye el nuevo país. 

Queda pendiente el papel de la pedagogía en relación con cerrar la brecha de años de sangre y muerte, asimismo, el alcance y límite de la verdad, justicia,  reparación y no repetición, como parte integral de las políticas por diseñar.


(*)Abogado Universidad Libre seccional Cali, magister en filosofía por la Universidad del Valle, investigador en temas de derechos humanos y seguridad ciudadana.

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