La imagen fue tomada en la convocatoria hecha por la Ruta Pacífica de Mujeres, el 10 de junio de 2014, en la Plazoleta de San Francisco. (Foto: Mauricio Villegas). |
Una
oportunidad histórica
Se presentan aquí las actuales dificultades del gobierno reelegido y
los desafíos del posconflicto en nuestro país. El momento histórico que vive el
país, debe ir más allá de la manipulación rampante que intenta suplantar el
escrutinio público.
Por Juan Carlos Lozano (*)
En nuestra historia política
reciente, es difícil encontrar un momento tan complejo políticamente hablando
como este. Estas elecciones contaron
entre otras, con un presidente – candidato que hasta último momento logró subir
en las encuestas, asimismo, hubo y persiste, una oposición de ultraderecha
disfrazada de centro, sumado a tres candidatos como Clara López, Martha Lucia
Ramírez y Enrique Peñalosa que no lograron sobrevivir ante la polarización
Uribe–Santos.
Las presidenciales debatieron
temas tan urgentes como los diálogos de Habana, el fallo de La Haya, las
diferentes reformas que requiere un Estado para nada eficiente y tal vez, el
más importantes de todos los temas, el postconflicto. Estas reformas son tanto urgentes como
vitales sí de verdad queremos superar el lastre de años de malos manejos
cultivados por la politiquería y la corrupción.
El desafío que tenemos ante nosotros se hace más grande si tomamos en
cuenta por lo menos dos cuestiones: Primero, sí reconocemos que el Estado
requiere de reformas sustantivas, preocupa que el presidente reelecto, Juan
Manuel Santos, quiere pasar a la historia como un gran reformador, cuando en la
realidad ninguna reforma parece funcionarle.
Mientras, la segunda cuestión, se ubica en el sentimiento latente en
muchos colombianos en contra de las guerrillas.
Colombia vive un momento
histórico interesante que su clase dirigente no logra interpretar del todo. La pasada reforma a la educación y el paro
agrario son muestra clara que la movilización como herramienta de control
político de las masas está siendo experimentada y gana consistencia con el paso
del tiempo. En este orden de ideas,
deberíamos estar debatiendo a profundidad los planteamientos de las distintas posiciones
políticas en torno al postconflicto, sin embargo, el escrutinio público pasa
por otros temas, que por momentos parecen restarle importancia a lo que está en
juego. Con cierta tristeza vemos como
algunos debaten en quien se parece más a quien, o quien tiene cierta condición
social. No obstante, las reformas que
impactan a la vida de las personas, son menester por el gobierno reelegido.
El momento histórico que vive el
país, debe ir más allá de la manipulación rampante que intenta suplantar el escrutinio
público. Sin duda, es difícil en una
democracia que las ideas sean materia de comerciales, vallas publicitarias,
camisetas y demás. De lo que se trata
es de confrontar ideas, de debatir con reglas claras como el respeto por el
Otro y su posición política; creo que aquí estamos ante la tarea más difícil
del postconflicto, como es cambiar las lógicas con que pensamos a Colombia. Estamos ante un punto de quiebre entre
aquello que vivimos por los últimos cincuenta años, donde nuestra gente logró
convivir con la confrontación armada y de paso, con la muerte. El posconflicto es un proceso de largo
aliento donde tendremos la vital tarea de reconstruir el tejido humano afectado
por años de confrontación, siendo una de las tareas complejas, el tener una
buena parte de colombianos que se oponen a los diálogos y lo pactado hasta el
momento con la guerrilla de las Farc y afectos a la fuerza política que hace
una oposición de ultraderecha en Colombia.
Sin embargo, es vital no llamarse a engaños. Tenemos un país que vive un claro divorcio
con la institucionalidad representada en partidos políticos alejados de los
problemas sociales. El país vive una
profunda crisis que pasa por la justicia, salud, educación, empleo, el Congreso
y la Presidencia, sin contar, que servicios elementales para el buen
funcionamiento de una sociedad no mejoran, la salud por ejemplo, vive uno de
sus peores momentos. Así, tenemos que
nuestros políticos contribuye de buena manera a la existencia de un electorado
descreído, de una clase enquistada de defraudares públicos que ven en el erario
la posibilidad de poder, negocios y relaciones de conveniencia. Todo esto pese a que sondeos advierten que
Colombia es uno de los países más felices del mundo.
Las elecciones
presidenciales de este año pasaran a la historia como aquellas donde los
colombianos nos jugamos una oportunidad por la paz y sus beneficios. Sin embargo, dejan un país fracturado gracias
a la comisión de posibles delitos como el espionaje y demás, como las denuncias
del ingreso de dinero ilegal a la campaña del Presidente–candidato. Esto sin contar, que el Centro Democrático,
será en la práctica el movimiento político de oposición más fuerte en el
Congreso por venir. Los antiguos paros
dejaron claro que es posible reunir a personas de diferente formación, clase
económica y posición política, en torno a temas tan importantes como la
educación y el campo. Por tanto, el
candidato electo se enfrenta no solo a una fuerte oposición dentro del
legislativo, al mismo tiempo, se
enfrenta a buena parte de un electorado que sí bien votó por él, lo hizo en
respaldo a los diálogos de con la guerrilla y no por el éxito de su gestión,
mientras otra parte del electorado, no solo no votó por la continuidad de su
gestión, sino que crítica fuertemente su proceso de paz.
Uno entre muchos errores
El país que se
enfrenta al postconflicto exige un diseño nuevo, y que ojalá abandone el lugar
común de nuestra clase dirigente, que por años ha creído que su labor es
fortalecer la institucionalidad y no las vidas de las personas. Nuestras élites cometen un grave error. Su miopía les juega una mala pasada al creer
que los ciudadanos por ser observadores de las normas, no van a manifestarse
por la precaria situación en la que viven.
No hay necesidad de guerrillas para que un campesino que ve como la
Policía destruye sus semillas para la cosecha siguiente, se indigne. Se equivocan aquellos que piensan que a punta
de fiestas, subsidios y rezos, los ciudadanos seguirán aguantando estoicamente
su precaria situación. En nuestro país,
tanto el movimiento campesino como la Mane demostraron que es posible llamar la
atención de propios y extraños acerca de los graves problemas en algunos
sectores del país.
La cosa es que
nuestra élite observa desde su cómoda posición como los ciudadanos de pie
sobreviven entre la informalidad, mala prestación de servicios de salud, educación
y el desempleo. El asunto pasa por el
incremento desmedido del costo de servicios elementales para llevar una vida
digna, es decir, vivir y no sobrevivir.
Mientras tanto, la gasolina sube como la espuma y así por el
estilo. De igual manera, el sistema de
justicia deja mucho que desear ante casos como el de Interbolsa (pirámide
estrato seis) y la casa por cárcel para los ladrones de cuello blanco, mientras,
la persona del común se bate en el grave hacinamiento de nuestro sistema
carcelario por robar cubos de caldo en un supermercado.
Las cosas
definitivamente no andan bien. Aquí
nuevamente se comete un error al tratar de deslegitimar la protesta a través de
no reconocimiento de la legitimidad de los distintos reclamos. Y no se trata de tildar de pesimistas o
mamertos a todos aquellos que reclaman el Estado Social de Derecho para nuestro
país, se trata de barajar de nuevo la mano, repartiendo cargas de forma
equilibrada, sin sofismas ni embauques.
De hacer reformas estructurales para que las cosas cambien de verdad, y
no para favorecer los intereses de aquellos que pueden comprar un servidor
público o tener amigos fuertes en el Gobierno o el Congreso. Este último tiene sobre sus hombros una
pesada responsabilidad, el diseño de la nueva visión de país debe estar
presente en la legislación del postconflicto.
Ante lo dicho
aquí, es urgente una clase política que le crea al pueblo cuando este se
manifieste. Que abandone la vieja
retórica de satanizar la movilización social argumentando el uso de armas y la
presencia de ‘terroristas’; el pueblo es capaz de expresar su descontento y lo
más importante, su comportamiento estoico no debe ser interpretado como una
ignorancia de aquello que sucede a nivel político, económico y social. Nuestros dirigentes harían bien en leer
detenidamente el vehículo de los cambios sociales, poco a poco las personas han
ido entendiendo que los añorados cambios no vendrán de parte de las
instituciones, por lo contrario, son los ciudadanos organizados quienes logran
mover lentamente la pesada estructura institucional hacia los intereses de las
mayorías. Si bien es cierto, nuestro
ejecutivo pregona los diálogos de la prosperidad, habrá que preguntar,
¿prosperidad de quién? Nuestra clase
media nada entre deudas y sueños. Ya los
comerciales de héroes, casas, cifras de desempleo y demás, no son suficientes
para ciudadanos que ven como sus vidas no son impactadas de manera positiva por
cuanta reforma expide nuestro ocupado Congreso.
El tema es más delicado de lo que inicialmente parece, el divorcio es
tal, que los héroes tan pregonados son aquellos que castigan la movilización
social, y de eso, las personas ya saben.
El giro pasa por reivindicar lo público, evitando castigar con inhabilidad
aquellos que busquen su defensa, además de generar oportunidades para todos y
no para unos cuantos, estos últimos con la posibilidad de escribir en grandes
medios, o de hablar a través de radio y televisión, sin embargo, existen
situaciones que ni siquiera el maquillaje de los medios logra mitigar. Habrá que darle al pueblo antes que el pueblo
les quite.
El
postconflicto y la urgencia de su reflexión
Para muchos la fecha del 15 de junio
significó simplemente la fecha en que conoceremos como le fue a Colombia en el
primer partido del mundial de fútbol.
Para otros, será el día en que se conozca quien gobernará este país por
los próximos cuatro años. Ante la actual
coyuntura se han presentado lecturas de todo tinte, algunas hay que decirlo,
presas de un reduccionismo importante.
El análisis resiste distintos matices, según sea el interés del
comentarista. Más allá de posiciones
radicales, el enfrentamiento Uribe vs. Santos presente en la elección presidencial
tiene un impacto directo en la reconstrucción del país después de la
guerra.
Lo primero que habrá que advertir, es que
para nuestro país la “paz” tiene que ir más allá de la mera ausencia de la
guerra. Por tanto, lo primero es pactar
la desmovilización de las guerrillas y la superación del conflicto armado, para
de esta forma generar el ambiente necesario para barajar de nuevo la mano. Aunque para muchos Uribe y Santos provienen
del mismo lugar, en la práctica existen sutiles diferencias que impactaran el
postconflicto. Partamos del
reconocimiento de conflicto armado en nuestro país. Por espacio de ocho años la posición del
gobierno Uribe tuvo a bien negar el conflicto argumentando que en nuestro país
existía una amenaza terrorista. Actualmente,
nos encontramos en medio de una negociación que reconoce el conflicto armado y
admite que los guerrilleros tienen algo que decir respecto al país, es decir,
son tomados como interlocutores válidos.
La posibilidad de voltear la página de la
guerra es más clara que nunca. La
guerrilla de las Farc como nunca antes ha expresado su voluntad de abandonar la
guerra y apostarle al cambio del país por la vía democrática, estamos ante una
posibilidad histórica de abandonar una larga confrontación donde ambos
contendientes son perdedores, y lo son, por el precio que pagan tanto soldados
como guerrilleros, la muerte. Por
consiguiente, nos enfrentamos con la necesidad de repensar el país, de abrir en
el sentido amplio del término, posibilidades para la reconciliación después de
años de confrontación.
Este repensar debe reflexionar en torno
entre otras, a la manera de hacer política, me explico. El Presidente reelecto,
Santos, tuvo al final de su campaña el apoyo de diversos sectores de la
política nacional contrarios a su propuesta de gobierno, pero que ante la
posibilidad de poner fin al conflicto, apoyaron decididamente al candidato
presidente. Sin duda alguna, las
elecciones a la Presidencia dejan daños colaterales. Ante el ambiente polarizado que rodeó la
campaña, muchos tomaron posición, algunos hay que decir generaron sorpresa,
mientras otros, confirmaron lo que se esperaba.
Aquí habrá que hacer un punto aparte, por los representantes de la
izquierda democrática en nuestro país.
Clara López quien fue la candidata a la Presidencia por el Polo
Democrático Alternativo, se la jugó al final por el fin del conflicto. Lo mismo que Antanas Mockus, quien con su
estilo calmado y reflexivo, se empeñó en mostrar las bondades de la paz. Sin embargo, otros líderes de izquierda
dejaron ver las dificultades que entraña hablar de un postconflicto en materia
de gobernabilidad. En otras palabras, el
purismo coherente que calma conciencias, no aporta en la construcción de un nuevo
país superada la guerra.
El posconflicto trae como tarea urgente
para nuestra democracia, la necesidad de conformar un frente amplio que permita
conducir el país por el camino de los cambios legislativos e instituciones que
permitan superar la guerra y reorientar el rumbo que debe seguir el país. En
otras palabras, urge un acuerdo político sobre lo fundamental. Nuestros dirigentes tienen la pesada
responsabilidad de anteponer las diferencias ideológicas y llegar acuerdos programáticos
que permitan que quien quiera que sea el Presidente de Colombia, continúe con
las políticas que aprueben sacar adelante las reformas que hagan realidad el
postconflicto. Colombia merece voltear
la página de la guerra. El largo proceso
llamado postconflicto requiere del apoyo de todos, el gobierno reelecto tiene
ante sí la difícil tarea de construir puentes con los millones de colombianos
que aun tienen dudas de los beneficios de superar la guerra. El postconflicto esta mediado por la urgente
construcción y mantenimiento de un marco de ejercicio plural de la política,
donde exista y sea necesaria la oposición, urge construir en compañía del
otro. Asimismo, la paz necesita y
requiere de manera apremiante, militancia.
Es decir, que ese frente común o amplio, se encargue de hacer pedagogía
en todo el país explicando el A, B, C del asunto, de otra manera, es factible
que ocurra que quienes no están conformes con lo negociado recurran a todo tipo
de señalamientos olvidando la pretensión de validez de los mismos, dicho de
otra manera, el no hacer pedagogía repetiría en la práctica la campaña por la
presidencia.
La paz y el posconflicto, no son temas de
blanco y negro, por el contrario, nos ofrecen una amplia gama intermedia de
grises, esto sin lugar a dudas, representa un desafío para nuestra frágil
democracia. No obstante, y pese al
optimismo que nos embarga el ver las guerrillas de las Farc y el ELN prestos a
negociar con el gobierno, no debemos perder de vista que las democracias
fracasan cuando no son capaces de solucionar problemas de la sociedad. En otras palabras, el postconflicto es una
responsabilidad que tenemos como país, es con todos los sectores con que se
construye la paz, es decir, no es una relación formal entre los representantes
de los negociadores en la mesa, por el contrario, la paz se construye desde la
base. Ese construir desde la base tiene
que ver principalmente con la urgencia de cerrar la brecha de 50 años de
guerra, de centrar las políticas del Estado en el desarrollo humano que recomponga
el tejido humano dañado por años de confrontación y muerte.
El posconflicto tiene que ver con cambiar
las lógicas con que pensamos el país.
Este repensar tiene que ver con aquello que Belisario Betancourt –nuestro mejor y más digno
expresidente– señalaba al decir que “es
como volver a barajar la mano”… El
cambio debe ser construido a través del debate abierto y participativo, con
argumentos de razón pública, sin miedo a la diferencia y ojalá, sin que se
impongan los prejuicios y dogmas. Somos
en buena forma una sociedad que se acostumbró y aún convive con el conflicto,
algunos de nosotros poco sentimos al conocer de la muerte, tristemente la hemos
interiorizado. Desde diagnósticos como
aquél que señala que Colombia es un país feliz pese al conflicto, nos tiene que
hacer pensar seriamente en lo que queremos como nación.
Sin temor a equivocarme, creo que estamos
ante una oportunidad valiosa de voltear la violenta página de la guerra. Actualmente se respira un ambiente de mediano
escepticismo a pesar que muchos anhelamos de corazón la paz. Pienso que como advierte Michael
Ignatieff, Los pueblos en democracia deben buscar en sus líderes aquellos
dispuestos al riesgo del fracaso. En
este orden de ideas, prefiero perder apostándole a conseguir la paz a través de
defender la posibilidad del fin del conflicto, que alimentar con palabras o
gestos, un ambiente propicio para que la guerra continúe.
Aunque las elecciones del 2014 pasaran a la
historia política del país como una de las elecciones más controvertidas donde
primaron las acusaciones en detrimento de los argumentos, y a pesar que muchos
colombianos votaron en contra de la propuesta santista, debemos defender la
posibilidad de cambio. No es fácil desde
luego, superar 50 de guerra, máxime cuando existen fuertes reclamos de víctimas
que perdieron a sus seres queridos por la confrontación. Sin embargo, con la paz ganamos todos. En este orden de ideas, el postconflicto pone
ante nosotros la posibilidad de un país distinto, de poder romper con el
espiral de violencia y miedo que genera un teatro de guerra. No se trata de vivir refugiado en los
argumentos provenientes del descontento y el escepticismo, se trata de darnos
otra oportunidad como país, de construir juntos y paso por paso, con paciencia
y respeto por el otro y su diferencia como se construye el nuevo país.
Queda pendiente el papel de la pedagogía en
relación con cerrar la brecha de años de sangre y muerte, asimismo, el alcance
y límite de la verdad, justicia, reparación y no repetición, como parte
integral de las políticas por diseñar.
(*)Abogado Universidad Libre seccional Cali, magister en filosofía por
la Universidad del Valle, investigador en temas de derechos humanos y seguridad
ciudadana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario