domingo, 2 de noviembre de 2014

Perspectivas para fundamentar una línea de investigación para el posconflicto

Imagen tomada en la convocatoria hecha por la Ruta Pacífica de Mujeres, el 10 de junio de 2014, en la Plazoleta de San Francisco. (Foto: Mauricio Villegas).
La política como ciencia

El proceso electoral 2014 permitió ponderar la ineficacia social de la educación en la formación ciudadana y en la gestación de prácticas políticas propicias para la vivencia de la democracia participativa y la evolución del Estado liberal de derecho en Estado constitucional, social  y democrático de derecho.

Por Julián Osorio Valencia (*)
La tarea de un ethos de cultura ciudadana, transformadora del actual estado de violencia y corrupción, es producto de la manera como se consolida o se innova la condición relacional humana, bien para continuar sosteniendo la emocionalidad e inmoralidad gestora de violencia y corrupción, o para trascender a la razonabilidad de personas con intereses y perspectivas diferentes, para construir acuerdos.


Estado, escuela y partidos tienen una gran responsabilidad en la formación ciudadana. El Estado institucionalizando la política, el maestro formando con ella y los políticos proyectando su impacto. Empero, en la práctica –en tendencia prevalente- los maestros en las instituciones de educación y los políticos en la plaza hacen lo contrario a lo que está en la política. Las lecciones aprendidas de este debate son por la superación de esa carencia prevalente de ética en el sector educativo y la política.

Se trata de una contradicción que convoca a la academia para conocer, comprender, explicar y asesorar la intervención de la relación Estado-Sociedad en la construcción de una cultura ciudadana cimentada en la paz. El presente ensayo es una aproximación para concienciar la importancia de una línea de investigación para la convivencia en el post-conflicto, o en la superación del conflicto; que aboque la construcción de una visión prospectiva desde la historicidad de nuestras formaciones sociales, para comprendernos en lo que somos, a fin de abrir nuevas oportunidades para crear algo distinto y más democrático, para que los nuevos liderazgos, por ejemplo, no empoderen las mismas formas de hacer política, sino que se perfilen competentes para interpretar idóneamente los problemas regionales con visión del proyecto Estado Nación.  

En la primera parte se caracteriza la concepción de partido vigente y la naturaleza de nuestras prácticas políticas y ciudadanas, manifiesta en la experiencia empírica del debate electoral 2014. Seguidamente, se hace el análisis  de lo político desde lo pedagógico, relievando el reto de la educación para la formación ciudadana con perspectiva de postconflicto, o de superación del conflicto. Finalmente, una aproximación a una fundamentación de la línea de investigación post-conflicto, desde la filosofía política, que al ocuparse de lo que es y de lo que debe ser la política y de cómo acontece lo uno y lo otro (Robert Alexy), hoy debe centrar su preocupación en el problema de la legitimación del sistema democrático frente a las amenazas internas -que van desde toda forma de solución por vía violenta, pasando por la corrupción pública y privada, hasta el vacío de ciencia administrativa de lo público en la gestión de la función pública del Estado- y que crecen cual cáncer degenerativo, minando las capacidades político-institucionales de la sociedad colombiana.

Análisis empírico del debate electoral 2014
La contienda electoral del año 2014 por el congreso y la presidencia fue un juego polarizado en el seno de unos partidos destinados a ganar elecciones y no a debatir propuestas programáticas para el fortalecimiento de nuestras capacidades institucionales. La constante fue una lucha entre enemigos. Esta campaña fue malintencionada en todos sus niveles y seudo feudal en todos los partidos.

Las acciones proselitistas de los partidos de la Unidad Nacional y del Centro democrático perdieron de vista la sabiduría que entraña el histórico aforismo de que el ejemplo no es una manera de educar sino la única. En lugar de candidatos se vieron contrincantes, que cubrieron el mutis que hicieron por el foro programático con el sucedáneo de la manipulación de información; victimizando primero la verdad y después a sí mismos. No se respetaron, no se escucharon, no hicieron ningún esfuerzo por recoger la idea expuesta en su mejor expresión; menos reconocerla en pensamiento y acción, sin menoscabo de su propio pensamiento. Prestos a la tergiversación y endilgación de culpas, se auto-proclamaron adalides de la paz en un clima de agresión; dando el peor ejemplo a toda la sociedad y, de manera insensata, a las nuevas generaciones.

Por su parte, los partidos Conservador, Verde y Polo Democrático Alternativo, copartícipes en la primera vuelta, aunque tomaron distancia del mal ejemplo de los partidos que pasaron a la segunda vuelta, el trámite que dieron a las adhesiones no fue programático (en el caso de los dos últimos partidos), como corresponde a una sociedad posmoderna, sino de individuos, a la manera pre-moderna o medieval.

El cuadro de alianzas que se vivenciaron en la pasada contienda electoral no fue de partidos sino de sujetos, desarmando los otros partidos. El candidato Presidente, negoció con un sector, de la bancada parlamentaria del partido conservador, desconociendo sus jerarquías, atentando contra la unidad de este partido. Por su parte, el Alcalde Petro, de Bogotá, desconociendo su propio partido Progresistas alianza verde, hizo alianzas personales con el partido de la unidad nacional.

Desconocer el otro partido es anti-ciudadano. Parangonando a Luis XIV, el rey sol, cuando afirmó que el Estado soy yo, los herederos de tan feudal pensamiento hoy proclaman que el partido soy yo, sólo cuenta mi ego, no lo que piensa mi partido o el partido del otro.

Como los representantes de los partidos no se centraron en la exposición de los programas, dada su ausencia de debate, los partidos no le pudieron exponer a la nación sus propuestas para constitucionalizar el Estado y el derecho. La agenda de los a favor de la paz con el coco de la guerra del candidato uribista, llevó a la fila india de adherentes individuales al “monarca” que nos defienda del coco de la guerra.

En la práctica se sustenta la pre-moderna concepción de partido que gira en torno al caudillo, en desmedro de la moderna concepción de ciudadanos que se articulan en torno a una propuesta programática que selecciona un líder que la proyecte, negociando acuerdos en torno a ella; sin caer en el facilismo oportunista de dejar a sus copartidarios en libertad, eludiendo sus líderes, en el caso de Peñalosa y Clara López, la tarea de negociar la adhesión programáticamente.

Paradójicamente, el partido conservador, que en el imaginario social se tipifica feudal, resultó más posmoderno que los partidos de la izquierda democrática. Marta Lucía Ramírez asumió la negociación de la adhesión al Centro democrático programáticamente, al punto de hacer girar el discurso del candidato Zuluaga, no sólo a favor de la negociación de la paz con condiciones humanitarias, sino también de proponer como coordinador de esas negociaciones al ex–presidente Pastrana, en caso de resultar elegido Presidente.

Lo observado en la Unidad Nacional, en el Centro Democrático, en la alianza partido Verde-Progresistas y en el Polo democrático alternativo es una costumbre que atenta contra la cultura ciudadana y contra la paz. Con esas prácticas se sitúa el enemigo, no el oponente, el otro que piensa distinto y me ayuda a perfilar una idea; no es una práctica constructora de alteridades que deliberan argumentativamente para construir acuerdos, sino de antagónicos, proclives a la polarización antes que a los acuerdos. La superación de esta precariedad de la intersubjetividad es tarea del sistema educativo.

Se está ante un contrasentido que impele concienciar el problema del débil desarrollo de las capacidades institucionales de las ofertas educativa y política para construir cultura de paz. Esto exige estudiar el desarrollo educativo de la ciudadanía para construir cultura ciudadana para la vivencia de la democracia cimentada en la paz y el respeto tanto entre las personas como entre los partidos, que sustentan el Estado.  

La modernización de la política consiste en la modernización de los partidos trascendiendo del personalismo a la negociación programática, en la perspectiva de superar la violencia y las formas irregulares armadas como caminos para tratar de solucionar las diferencias.

En este sentido la característica central tiene que ser el diálogo constructivo entre todos los sectores sociales y políticos. Que ninguno quede excluido de ese diálogo, contribuyendo a la organización de partidos y contribuyendo a la cultura política de diálogo entre ellos. Este tiene que ser el comportamiento de las bancadas de los partidos en el Congreso de la República. No es el momento de la simple oposición política sino el de asumir la responsabilidad de contribuir a la organización del Estado y la sociedad como garantes de acuerdos y convenios de paz, a partir de la negociación de acuerdos programáticos.

Análisis de lo político desde lo pedagógico

El Estado constitucional se tiene que concebir como un Estado de partidos. La dificultad, para trascender del formalista Estado liberal de derecho hacia la constitucionalización del Estado y del derecho, radica en que los nuestros son partidos con visón medieval, que se construyen alrededor de cacicazgos, evocadores de una cierta nostalgia monárquica.

Como son partidos que -agencian prácticas políticas pre-modernas- carecen de capacidad institucional para construir acuerdos para la constitucionalización del Estado y del derecho. Pierden de vista que los acuerdos no son exclusiva y excluyentemente de prebenda burocrática, sino que primero se negocia la forma de Estado y luego los cargos. La perspectiva de la negociación burocrática con base a acuerdos programáticos sobre la forma de Estado es propia de partidos democráticos.

Al reconocer que la causalidad de este vacío de ética se focaliza en la manera cómo se construyen las relaciones con-vivenciales, queda al descubierto la ineficacia social de la educación. Se hacen responsables de tan precario desempeño al maestro formando y al político proyectando.

Como nota al margen se ve a la organización sindical de los maestros tipificando de reaccionario este ideo-sema; calificación que emerge de la traslación al Estado, de la idiosincrática culpa evánica -donde toda la culpa en la sociedad machista judeocristiana es de la mujer-. En los líderes sindicales  todos los males son culpa del Estado: el Estado no tiene una política de formación de maestros ni de dignificación de la labor docente; lo cual, aunque es cierto, no dispensa la falta de ética de la institución educativa para ponderar el relacionamiento pedagógico con los educandos en los procesos de autoevaluación institucional.

Esta aclaración del alcance de la responsabilidad docente, no excusa el cuestionamiento a la implementación de la política de formación pedagógica docente para formar ciudadanía y, en el campo de la formación profesional, para formar dirigencia política con vocación de ciencia, para direccionar diferenciadamente la función pública, para la constitucionalización del Estado y del derecho, del plan de desarrollo, para la gestión de la garantía de los derechos fundamentales. Sólo relieva que la crítica, más allá de cuestionar la ineficacia del Estado para implementar su política de formación ciudadana, el alcance de su responsabilidad pedagógica es equiparable a la del Estado. Parangonando en sentido inverso a Kennedy, además de lo que el Estado puede hacer por la cultura ciudadana, qué puede hacer usted también por ella.

Retomando, de lo que se trata es de formar políticos que tengan, al menos, el elemental conocimiento de que el Estado, como instrumento de la sociedad, en la posmodernidad se negocia con programas y no con prebendas, como acontecía en la pre-moderna sociedad feudal, cuando el rey repartía marcas, condados y ducados a su antojo.    

Políticos con criterios morales y no instrumentales. Que superen el escepticismo de quienes creen que la cultura del vivo que vive del bobo, o sea de la ciudadanía que no se asocia en partidos políticos, o más precisamente, en facciones que giran en torno a un cacique, es irreductible a la innovación de la ciencia política como ciencia social, al servicio del desarrollo humano, social, cultural, académico, científico, económico y ambiental.

Partidos que no pierdan de vista que el eje de sus prácticas no es la prevalencia de mi verdad como la verdad de todos, si no la ciudadanía y la cultura de la paz. Imponer mi verdad como la verdad de todos es la causa central de la generación de violencia. La ciudadanía y la cultura de paz son los componentes que interpelan la reflexión por las prácticas del sector educativo y de los partidos políticos. No es labor exclusiva de la institución educativa. Supóngase que la educación hace las transformaciones; si el contexto, que es el espacio de la política, sigue empoderando el ambiente de la violencia de mi verdad como la verdad de todos, la violencia del lenguaje, de la cultura del vivo, de las trampas que se le tiende al otro y de la tergiversación de lo que afirma el otro que piensa diferente a mí, no es posible construir alteridad, fundamento de la vivencia de la democracia.
    
Reflexiones para fundamentar una línea de investigación para el postconflicto o la superación del conflicto
Sin construcción de cultura ciudadana democrática los planteamientos de paz son ambiguos. Este es el eje clave en la construcción de la política de paz del Estado. En una sociedad tan fragmentada como la colombiana, toda fracción de la población es importante, pero su inclusión no es lo que decide la construcción de la paz. En el supuesto de allegarse acuerdos con las Farc y el ELN, de ellos no se deriva el engranaje subjetivo propio de la paz. Éste se deriva de la educación ciudadana, fundamento desde el cual reconstruir la base moral de la democracia.

La tesis principal -que inspira la propuesta que vienen promoviendo los investigadores de otras seccionales de la Universidad Libre, en el sentido de institucionalizar a nivel nacional una línea de investigación post-conflicto- podría formularse con brevedad en los siguientes términos: las democracias liberales, y por supuesto la colombiana, han ido perdiendo de forma preocupante “sustancia moral” en favor de una positivización legal del comportamiento político.

En efecto, se ha supuesto con excesiva ligereza que son la legislación vigente y la “racionalidad instrumental” (la búsqueda de los mejores resultados electorales, económicos, ideológicos… con los medios más eficaces) las que han de guiar el comportamiento de los políticos y de los ciudadanos, sin advertir que una sociedad con débil desarrollo moral y ético considera la legislación vigente como una traba a superar para el logro de fines e intereses estrictamente particulares.

De donde resulta que problemas político sociales tales como la no independencia de los poderes del Estado, la inacción de los organismos de control frente a la corrupción política y la malversación de los dineros públicos, el empoderamiento de los partidos por camarillas, la financiación ilegal de los partidos, el exagerado poder de la televisión privada, la inequidad entre la representación parlamentaria y la sociedad civil, el terrorismo de la guerrilla, paramilitares y carteles del narcotráfico, los falsos positivos, el espionaje ilegal a ciudadanos y autoridades “díscolas”, etc., encuentran su causa común en “un proceso cada vez más acentuado de ofuscación de los criterios morales que han de guiar la acción política” (Bonnete Perales, coordinador).

A partir de esta tesis, la constitución de una línea de investigación postconflicto podría versar sobre los siguientes temas-problemas de investigación, que latentemente dimensionan los cuatro ámbitos centrales de las prácticas políticas: la cultura ciudadana, la práctica jurídica en la constitucionalización del Estado y del derecho, el interés económico con sentido de la responsabilidad social y la formación profesional del político.

Queda abierta la discusión.


(*) Profesor de la Universidad Tecnológica de Pereira.

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