Imagen tomada en la convocatoria hecha por la Ruta Pacífica de Mujeres, el 10 de junio de 2014, en la Plazoleta de San Francisco. (Foto: Mauricio Villegas). |
La política como ciencia
El proceso electoral
2014 permitió ponderar la ineficacia social de la educación en la formación
ciudadana y en la gestación de prácticas políticas propicias para la vivencia
de la democracia participativa y la evolución del Estado liberal de derecho en
Estado constitucional, social y
democrático de derecho.
Por Julián Osorio Valencia (*)
La
tarea de un ethos de cultura
ciudadana, transformadora del actual estado de violencia y corrupción, es
producto de la manera como se consolida o se innova la condición relacional
humana, bien para continuar sosteniendo la emocionalidad e inmoralidad gestora
de violencia y corrupción, o para trascender a la razonabilidad de personas con
intereses y perspectivas diferentes, para construir acuerdos.
Estado,
escuela y partidos tienen una gran responsabilidad en la formación ciudadana. El
Estado institucionalizando la política, el maestro formando con ella y los
políticos proyectando su impacto. Empero, en la práctica –en tendencia
prevalente- los maestros en las instituciones de educación y los políticos en
la plaza hacen lo contrario a lo que está en la política. Las lecciones
aprendidas de este debate son por la superación de esa carencia prevalente de
ética en el sector educativo y la política.
Se
trata de una contradicción que convoca a la academia para conocer, comprender, explicar
y asesorar la intervención de la relación Estado-Sociedad en la construcción de
una cultura ciudadana cimentada en la paz. El presente ensayo es una
aproximación para concienciar la importancia de una línea de investigación para
la convivencia en el post-conflicto, o en la superación del conflicto; que
aboque la construcción de una visión prospectiva desde la historicidad de
nuestras formaciones sociales, para comprendernos en lo que somos, a fin de
abrir nuevas oportunidades para crear algo distinto y más democrático, para que
los nuevos liderazgos, por ejemplo, no empoderen las mismas formas de hacer
política, sino que se perfilen competentes para interpretar idóneamente los
problemas regionales con visión del proyecto Estado Nación.
En
la primera parte se caracteriza la concepción de partido vigente y la
naturaleza de nuestras prácticas políticas y ciudadanas, manifiesta en la
experiencia empírica del debate electoral 2014. Seguidamente, se hace el
análisis de lo político desde lo
pedagógico, relievando el reto de la educación para la formación ciudadana con
perspectiva de postconflicto, o de superación del conflicto. Finalmente, una
aproximación a una fundamentación de la línea de investigación post-conflicto,
desde la filosofía política, que al ocuparse de lo que es y de lo que debe ser
la política y de cómo acontece lo uno y lo otro (Robert Alexy), hoy debe
centrar su preocupación en el problema de la legitimación del sistema
democrático frente a las amenazas internas -que van desde toda forma de
solución por vía violenta, pasando por la corrupción pública y privada, hasta
el vacío de ciencia administrativa de lo público en la gestión de la función
pública del Estado- y que crecen cual cáncer degenerativo, minando las
capacidades político-institucionales de la sociedad colombiana.
Análisis
empírico del debate electoral 2014
La
contienda electoral del año 2014 por el congreso y la presidencia fue un juego
polarizado en el seno de unos partidos destinados a ganar elecciones y no a
debatir propuestas programáticas para el fortalecimiento de nuestras
capacidades institucionales. La constante fue una lucha entre enemigos. Esta
campaña fue malintencionada en todos sus niveles y seudo feudal en todos los
partidos.
Las
acciones proselitistas de los partidos de la Unidad Nacional y del Centro
democrático perdieron de vista la sabiduría que entraña el histórico aforismo
de que el ejemplo no es una manera de
educar sino la única. En lugar de candidatos se vieron contrincantes, que
cubrieron el mutis que hicieron por el foro programático con el sucedáneo de la
manipulación de información; victimizando primero la verdad y después a sí
mismos. No se respetaron, no se escucharon, no hicieron ningún esfuerzo por
recoger la idea expuesta en su mejor expresión; menos reconocerla en
pensamiento y acción, sin menoscabo de su propio pensamiento. Prestos a la
tergiversación y endilgación de culpas, se auto-proclamaron adalides de la paz
en un clima de agresión; dando el peor ejemplo a toda la sociedad y, de manera
insensata, a las nuevas generaciones.
Por
su parte, los partidos Conservador, Verde y Polo Democrático Alternativo,
copartícipes en la primera vuelta, aunque tomaron distancia del mal ejemplo de
los partidos que pasaron a la segunda vuelta, el trámite que dieron a las
adhesiones no fue programático (en el caso de los dos últimos partidos), como
corresponde a una sociedad posmoderna, sino de individuos, a la manera
pre-moderna o medieval.
El
cuadro de alianzas que se vivenciaron en la pasada contienda electoral no fue
de partidos sino de sujetos, desarmando los otros partidos. El candidato
Presidente, negoció con un sector, de la bancada parlamentaria del partido conservador, desconociendo sus jerarquías,
atentando contra la unidad de este partido. Por su parte, el Alcalde Petro, de
Bogotá, desconociendo su propio partido Progresistas
alianza verde, hizo alianzas personales con el partido de la unidad nacional.
Desconocer
el otro partido es anti-ciudadano. Parangonando a Luis XIV, el rey sol, cuando
afirmó que el Estado soy yo, los
herederos de tan feudal pensamiento hoy proclaman que el partido soy yo, sólo cuenta mi ego, no lo que piensa mi partido
o el partido del otro.
Como
los representantes de los partidos no se centraron en la exposición de los
programas, dada su ausencia de debate, los partidos no le pudieron exponer a la
nación sus propuestas para constitucionalizar el Estado y el derecho. La agenda
de los a favor de la paz con el coco
de la guerra del candidato uribista,
llevó a la fila india de adherentes individuales al “monarca” que nos defienda
del coco de la guerra.
En
la práctica se sustenta la pre-moderna concepción de partido que gira en torno al
caudillo, en desmedro de la moderna concepción de ciudadanos que se articulan
en torno a una propuesta programática que selecciona un líder que la proyecte,
negociando acuerdos en torno a ella; sin caer en el facilismo oportunista de
dejar a sus copartidarios en libertad,
eludiendo sus líderes, en el caso de Peñalosa y Clara López, la tarea de
negociar la adhesión programáticamente.
Paradójicamente,
el partido conservador, que en el imaginario social se tipifica feudal, resultó
más posmoderno que los partidos de la izquierda democrática. Marta Lucía
Ramírez asumió la negociación de la adhesión al Centro democrático
programáticamente, al punto de hacer girar el discurso del candidato Zuluaga, no
sólo a favor de la negociación de la paz con condiciones humanitarias, sino
también de proponer como coordinador de esas negociaciones al ex–presidente
Pastrana, en caso de resultar elegido Presidente.
Lo
observado en la Unidad Nacional, en el Centro Democrático, en la alianza
partido Verde-Progresistas y en el Polo democrático alternativo es una
costumbre que atenta contra la cultura ciudadana y contra la paz. Con esas
prácticas se sitúa el enemigo, no el oponente, el otro que piensa distinto y me
ayuda a perfilar una idea; no es una práctica constructora de alteridades que
deliberan argumentativamente para construir acuerdos, sino de antagónicos,
proclives a la polarización antes que a los acuerdos. La superación de esta
precariedad de la intersubjetividad es tarea del sistema educativo.
Se
está ante un contrasentido que impele concienciar el problema del débil
desarrollo de las capacidades institucionales de las ofertas educativa y
política para construir cultura de paz. Esto exige estudiar el desarrollo
educativo de la ciudadanía para construir cultura ciudadana para la vivencia de
la democracia cimentada en la paz y el respeto tanto entre las personas como
entre los partidos, que sustentan el Estado.
La
modernización de la política consiste en la modernización de los partidos
trascendiendo del personalismo a la negociación programática, en la perspectiva
de superar la violencia y las formas irregulares armadas como caminos para
tratar de solucionar las diferencias.
En
este sentido la característica central tiene que ser el diálogo constructivo
entre todos los sectores sociales y políticos. Que ninguno quede excluido de
ese diálogo, contribuyendo a la organización de partidos y contribuyendo a la
cultura política de diálogo entre ellos. Este tiene que ser el comportamiento
de las bancadas de los partidos en el Congreso de la República. No es el
momento de la simple oposición política sino el de asumir la responsabilidad de
contribuir a la organización del Estado y la sociedad como garantes de acuerdos
y convenios de paz, a partir de la negociación de acuerdos programáticos.
Análisis de lo
político desde lo pedagógico
El
Estado constitucional se tiene que concebir como un Estado de partidos. La
dificultad, para trascender del formalista Estado liberal de derecho hacia la
constitucionalización del Estado y del derecho, radica en que los nuestros son
partidos con visón medieval, que se construyen alrededor de cacicazgos,
evocadores de una cierta nostalgia monárquica.
Como
son partidos que -agencian prácticas políticas pre-modernas- carecen de
capacidad institucional para construir acuerdos para la constitucionalización
del Estado y del derecho. Pierden de vista que los acuerdos no son exclusiva y
excluyentemente de prebenda burocrática, sino que primero se negocia la forma
de Estado y luego los cargos. La perspectiva de la negociación burocrática con
base a acuerdos programáticos sobre la forma de Estado es propia de partidos
democráticos.
Al
reconocer que la causalidad de este vacío de ética se focaliza en la manera
cómo se construyen las relaciones con-vivenciales, queda al descubierto la ineficacia
social de la educación. Se hacen responsables de tan precario desempeño al
maestro formando y al político proyectando.
Como
nota al margen se ve a la organización sindical de los maestros tipificando de
reaccionario este ideo-sema; calificación que emerge de la traslación al Estado,
de la idiosincrática culpa evánica
-donde toda la culpa en la sociedad machista judeocristiana es de la mujer-. En
los líderes sindicales todos los males
son culpa del Estado: el Estado no tiene
una política de formación de maestros ni de dignificación de la labor docente;
lo cual, aunque es cierto, no dispensa la falta de ética de la institución
educativa para ponderar el relacionamiento pedagógico con los educandos en los
procesos de autoevaluación institucional.
Esta
aclaración del alcance de la responsabilidad docente, no excusa el cuestionamiento
a la implementación de la política de formación pedagógica docente para formar
ciudadanía y, en el campo de la formación profesional, para formar dirigencia
política con vocación de ciencia, para direccionar diferenciadamente la función
pública, para la constitucionalización del Estado y del derecho, del plan de
desarrollo, para la gestión de la garantía de los derechos fundamentales. Sólo
relieva que la crítica, más allá de cuestionar la ineficacia del Estado para
implementar su política de formación ciudadana, el alcance de su
responsabilidad pedagógica es equiparable a la del Estado. Parangonando en
sentido inverso a Kennedy, además de lo que el Estado puede hacer por la
cultura ciudadana, qué puede hacer usted también por ella.
Retomando,
de lo que se trata es de formar políticos que tengan, al menos, el elemental
conocimiento de que el Estado, como instrumento de la sociedad, en la
posmodernidad se negocia con programas y no con prebendas, como acontecía en la
pre-moderna sociedad feudal, cuando el rey repartía marcas, condados y ducados
a su antojo.
Políticos
con criterios morales y no instrumentales. Que superen el escepticismo de
quienes creen que la cultura del vivo que
vive del bobo, o sea de la ciudadanía que no se asocia en partidos
políticos, o más precisamente, en facciones que giran en torno a un cacique, es irreductible a la innovación
de la ciencia política como ciencia social, al servicio del desarrollo humano,
social, cultural, académico, científico, económico y ambiental.
Partidos
que no pierdan de vista que el eje de sus prácticas no es la prevalencia de mi verdad como la verdad de todos, si no la
ciudadanía y la cultura de la paz. Imponer mi verdad como la verdad de todos es
la causa central de la generación de violencia. La ciudadanía y la cultura de
paz son los componentes que interpelan la reflexión por las prácticas del
sector educativo y de los partidos políticos. No es labor exclusiva de la
institución educativa. Supóngase que la educación hace las transformaciones; si
el contexto, que es el espacio de la política, sigue empoderando el ambiente de
la violencia de mi verdad como la verdad de todos, la violencia del lenguaje,
de la cultura del vivo, de las trampas que se le tiende al otro y de la
tergiversación de lo que afirma el otro que piensa diferente a mí, no es
posible construir alteridad, fundamento de la vivencia de la democracia.
Reflexiones para
fundamentar una línea de investigación para el postconflicto o la superación
del conflicto
Sin
construcción de cultura ciudadana democrática los planteamientos de paz son
ambiguos. Este es el eje clave en la construcción de la política de paz del Estado.
En una sociedad tan fragmentada como la colombiana, toda fracción de la
población es importante, pero su inclusión no es lo que decide la construcción
de la paz. En el supuesto de allegarse acuerdos con las Farc y el ELN, de ellos
no se deriva el engranaje subjetivo propio de la paz. Éste se deriva de la
educación ciudadana, fundamento desde el cual reconstruir la base moral de la
democracia.
La
tesis principal -que inspira la propuesta que vienen promoviendo los
investigadores de otras seccionales de la Universidad Libre, en el sentido de
institucionalizar a nivel nacional una línea de investigación post-conflicto-
podría formularse con brevedad en los siguientes términos: las democracias liberales, y por supuesto la colombiana, han ido
perdiendo de forma preocupante “sustancia moral” en favor de una positivización
legal del comportamiento político.
En
efecto, se ha supuesto con excesiva ligereza que son la legislación vigente y
la “racionalidad instrumental” (la búsqueda de los mejores resultados
electorales, económicos, ideológicos… con los medios más eficaces) las que han
de guiar el comportamiento de los políticos y de los ciudadanos, sin advertir
que una sociedad con débil desarrollo moral y ético considera la legislación
vigente como una traba a superar para el logro de fines e intereses
estrictamente particulares.
De
donde resulta que problemas político sociales tales como la no independencia de
los poderes del Estado, la inacción de los organismos de control frente a la
corrupción política y la malversación de los dineros públicos, el
empoderamiento de los partidos por camarillas, la financiación ilegal de los
partidos, el exagerado poder de la televisión privada, la inequidad entre la
representación parlamentaria y la sociedad civil, el terrorismo de la guerrilla,
paramilitares y carteles del narcotráfico, los falsos positivos, el espionaje
ilegal a ciudadanos y autoridades “díscolas”, etc., encuentran su causa común
en “un proceso cada vez más acentuado de ofuscación de los criterios morales
que han de guiar la acción política” (Bonnete Perales, coordinador).
A
partir de esta tesis, la constitución de una línea de investigación
postconflicto podría versar sobre los siguientes temas-problemas de
investigación, que latentemente dimensionan los cuatro ámbitos centrales de las
prácticas políticas: la cultura ciudadana, la práctica jurídica en la
constitucionalización del Estado y del derecho, el interés económico con
sentido de la responsabilidad social y la formación profesional del político.
Queda
abierta la discusión.
(*) Profesor de
la Universidad Tecnológica de Pereira.
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