Aspecto de la convocatoria hecha por la Ruta Pacífica de Mujeres, el 10 de junio de 2014, en la Plazoleta de San Francisco. (Foto: Mauricio Villegas). |
El propósito de este artículo es hallar en esta
referencia teórica la comprensión del
conflicto armado colombiano y su terminación. Para ello, en el trabajo se
recurre básicamente al estudio de los textos en los que el filósofo de konigsberg
orientó su pensamiento acerca del conflicto, la guerra y la paz. Con este
cuerpo de ideas, se ponen a prueba sus argumentos filosóficos más
sobresalientes de cara a su posible adaptación a la realidad colombiana.
Por Harold
Ortiz (*)
Existe un
consenso más o menos amplio en los distintos sectores de la sociedad
colombiana, acerca de la naturaleza de la situación de violencia que vive el
país desde hace ya casi medio siglo. El conflicto que padece Colombia es un
conflicto armado, que se ha tildado como un tipo de guerra interna. Desde hace
unos años se ha planteado el debate de si se trata o no de una guerra civil.
Algunos intelectuales, siguiendo diferentes herramientas conceptuales,
prefieren denominarlo así (Nasi, Ramírez, 2003a, p. 119-124; Rangel, 2005),
mientras que otros ven el término como inadecuado (Pizarro, 2004a, pp. 57-59).
Más allá de la cuestión terminológica, se debe considerar que el estado de
guerra existe realmente cuando una parte desea la guerra y entra en acción, es
decir, tal situación se define teniendo como parámetro el decisionismo de
carácter subjetivo y voluntarista (Schmitt, 2001a, p. 152).
Actualmente
existe un consenso amplio sobre el carácter político del conflicto armado. De
este tipo son sus orígenes, motivaciones y, por consiguiente, del mismo tenor
será la resolución final (Pizarro, 2004a, p. 31). Teniendo en cuenta el carácter
político del conflicto, este texto se enmarca en la búsqueda de horizontes
teóricos que desde la filosofía política permitan avanzar hacia una mejor comprensión
del mismo, afirmando las perspectivas para su posible terminación. Para ello, planteo
los siguientes pasos. Una vez justificada la relevancia de la reflexión
teórico-política del conflicto armado, describo las tesis kantianas más
sobresalientes acerca de su propuesta de la paz perpetua, que desde mi
perspectiva condensan la matriz intelectual del pacifismo y que en la
adaptación a la situación del país se manifiesta en la búsqueda de una
negociación política sin precedente alguno. En un tercer momento, repaso los conceptos más importantes del
pensamiento político de Hegel acerca del conflicto y la guerra. Luego del
estudio de estos dos autores intento responder a la pregunta acerca de la
validez de tales planteamientos de cara a la situación colombiana.
I. La
validez de la lectura filosófico-política del conflicto
Un primer
argumento que se puede esgrimir para
justificar el estudio del conflicto armado desde una perspectiva
teórico-política,[1]
parte de la base de que éste tiene originalmente fundamentaciones ideológicas (Pizarro, 2004a,
pp. 47-49). Como puede verificarse, las causas del conflicto no derivan de
cuestiones étnicas (Posada, 2006, p. 76), culturales, lingüísticas,
nacionalistas o religiosas como ocurre en la mayoría de los conflictos
intraestatales contemporáneos (Patiño, 2006, p. 17). Por ello no sólo su
aparición obedece a cuestiones políticas implícitas en la confrontación, y
entre las cuales subyacen determinados enfoques sobre el Estado, la sociedad, el
poder, la distribución de la riqueza, entre otras, sino que además la
ciudadanía ha hecho frente a tal fenómeno, a partir de unas determinadas
concepciones teóricas que al efecto se constituyen como armazón conceptual que
permite la distinción de lo legítimo y lo ilegítimo, lo tolerable y lo intolerable,
lo políticamente viable y lo que no lo es, y demás.
A pesar de
que el conflicto armado siempre ha
estado presente en los últimos cincuenta
años en la vida de la nación
colombiana, es previsible pensar que en algún momento sobrevendrá el fin del
mismo. La gran pregunta no sólo se refiere al cuándo, sino al cómo.
No se trata de asumir una postura optimista o pensar con el deseo, sino de
comprobar que históricamente todos los conflictos armados han tenido un final.
En este escenario de finalización las preguntas y las respuestas planteadas por
la filosofía política son orientadoras en vistas a delinear ese cómo.
En Colombia
abundan los estudios del conflicto armado así como los análisis coyunturales.
Los últimos años han sido prolijos en publicación de libros, artículos
académicos, ensayos, columnas de opinión y otros más acerca de las causas, la
naturaleza, las implicancias y las soluciones para la guerra interna que
afronta la nación.
No cabe duda
de que tales estudios y análisis han permitido generar un clima de discusión
académica y pública, sobre los diversos temas circundantes al conflicto, desde
perspectivas interdisciplinarias y que ello ha influido notoriamente en la
creciente conciencia de la ciudadanía acerca de la magnitud del problema,
permitiendo arribar a ciertos consensos.
Por lo
general, el análisis de los últimos años se ha centrado básicamente en la
perspectiva ofrecida por tres disciplinas: la ciencia política, la sociología,
y la economía. Ha sido de poca frecuencia, así como de menor impacto en la opinión
pública, la reflexión de la guerra y de la paz a partir del pensamiento teórico-político o
desde la filosofía. A excepción, de valiosos aportes, como los volúmenes
colectivos editados por Sierra y Gómez (2002), Cortés y Carrillo (2003), y el
trabajo de Hernández (2004), no han sido muy frecuentes los intentos de
formular problemas y soluciones desde la perspectiva de la filosofía o,
concretamente, desde el pensamiento de los grandes autores de la filosofía política.
Se trata de una labor pendiente, en la cual es muy sugerente para el debate
público el trabajo de los intelectuales por entender la realidad colombiana con
los recursos propios de la filosofía, con el objeto de pensar
cómo salir de la crisis (Sierra y
Gómez, 2002, p. 9).
Percibir
esta necesidad lleva a proponer aquí algunas líneas de estudio, puesto que la
filosofía política aporta argumentos decisivos para categorizar el conflicto,
así como para situarse ante la futura terminación del mismo. Y es que,
precisamente, las crisis impulsan a volver sobre el pensamiento político. Así
lo destaca Strauss (2006, p. 9), para quien la crisis experimentada por
Occidente sugiere volver sobre el
pensamiento político de la antigüedad clásica.
En la
historia del pensamiento político son muchos los autores que se han ocupado de
la guerra. Es un tema clásico de la filosofía política que tuvo particular
realce en la época moderna ante el escenario de una Europa dividida por cuenta
de las campañas políticas que se justificaron con razones religiosas, como las
llamadas Guerras de Religión y, luego, con la configuración de los diferentes
estados nacionales. En el siglo XX, por cuenta de las Guerras Mundiales, tal
reflexión se haría no sólo frecuente sino cuestión de supervivencia.
Pero los
distintos autores, además de haberse ocupado de pensar la guerra, también lo
han hecho con su correlato radical: la paz. Por ello este trabajo tiene una
preocupación, que trata sobre la paz. En el segundo, se inscribe el célebre filósofo de Königsberg,
Immanuel Kant, básicamente a partir de su opúsculo Sobre la paz
perpetua, considerado un "evangelio del pacifismo" (Negro, 2005,
p. 462). Son muchos los que en Colombia coinciden con las orientaciones del planteamiento
kantiano, explícita o implícitamente. Ello tanto por razón del influjo del
autor en Occidente como porque, en último término, ¿quién no quiere la paz?
De otro
lado, tenemos las críticas dirigidas por Hegel desde la perspectiva del
realismo político y de la lógica del poder, contra la utopía kantiana. No
obstante en los dos casos se trata de ir más allá de los lugares comunes. La
mirada a los aspectos más sobresalientes de estos autores, no pretende hallar respuestas precisas y
concretas para la situación del conflicto colombiano, pues "solo nosotros
que vivimos en el presente podemos encontrar una solución a los problemas del
presente" (Strauss, 2006, p. 23). Tampoco se trata de justificar
ideológicamente las posturas del autor, puesto que tienen un fuerte componente
emotivo, sino de hallar claves teóricas que esclarezcan la situación actual. En
esa línea, se impone una precisión histórico-conceptual: el autor no pudo
imaginar que en la alborada del siglo
XXI habría una nación latinoamericana enfrentada a un enemigo interno durante
casi medio siglo y al cual no habría podido vencer o hacer capitular no
obstante su resistencia civil y gubernamental, y de la vigorosa estabilidad de
sus instituciones políticas democráticas y liberales; por lo demás, un caso sui
generis en el continente (Posada, 2006; Hobsbawm, 2007, p. 103). Cuando pensaron
en la guerra y en la paz, tanto Kant como Hegel tenían en mente las frecuentes disputas entre
los Estados o unidades políticas que han sido frecuentes en la historia moderna
europea, tanto del siglo XVIII y XIX en el caso de Kant, como de Hegel. No
obstante, dado el carácter filosófico político que revistió la formulación de
los problemas, así como sus planteamientos, se trata de consideraciones que
arrojan pautas de comprensión de la realidad nacional, y de allí extraer su
vigencia.
Se podría
objetar que tal ejercicio supone un cierto acto de injusticia intelectual con
el autor, pues se trata de aplicar sus propuestas teóricas en escenarios y
contextos históricos que no previeron, por lo cual la pretensión de que tengan
algo que decir respecto de nuestra situación requerirá la transferencia de sus
tesis a una realidad para la cual no fueron pensadas. Como si fuera poco, ello
implica hacerlo en un tiempo políticamente bastante distinto del que ellos
tuvieron ante sí. Tal objeción encierra una cuestión válida; no obstante, tal
injusticia disminuye trayendo a colación los planteamientos estrictamente
filosófico-políticos, no aquellos que parecen tener un carácter más coyuntural
y epocal. Del mismo modo, tales planteamientos tendrán vigencia más allá del
tiempo histórico en que fueron concebidos en la medida que son cuestiones auténticamente
filosóficas, es decir, que tienen como propósito la comprensión de la realidad
en cuanto tal. Por eso en nuestra reflexión sobre la guerra y la paz
hemos tomado como referencia el pensamiento ético-político de Kant. La razón de esta elección es muy sencilla:
Kant es quizá el filósofo que ha considerado con más seriedad la tarea de
pensar y preparar el camino de la paz y su proyecto de paz perpetua sigue
conservando, después de dos siglos,
plena vigencia y actualidad.
II. Referente filosófico-político para comprender
el conflicto y su terminación
1. Immanuel
Kant y el sueño de la paz perpetua
En el
opúsculo Sobre la paz perpetua, publicado en 1795, Kant vislumbraba
la solución definitiva a las luchas europeas del siglo XVIII. El tema, además,
ilustra la relación entre los filósofos y el poder político, puesto que el
filósofo de Königsberg propone el ideal de la paz perpetua como un llamado de
la razón a quienes toman las decisiones sobre la comunidad política. Se trata
de una utopía contemplada por los filósofos,
que contrasta con el espíritu belicoso de los hombres de Estado y de los hombres en
general que siempre le están apostando a
la guerras (2003, p. 3). Ante este escenario indeseable propone que las
consideraciones de los filósofos sobre las condiciones de la paz pública sean incorporadas
por los Estados preparados para la
guerra (Kant, 2003, p. 42). No se trata de que los filósofos deban gobernar,
como llegó a sugerir Platón, sino que deben ser consejeros silenciosos: su
labor debe ser solicitada en secreto por los políticos, quienes al menos deben
comprometerse a oír su opinión (2003, p. 43).
Siguiendo a Hobbes,
Kant concibe la guerra o la posibilidad de la misma como extensión de la naturaleza humana (2003, pp. 10, 14).
Tristemente -escribe- es un medio necesario del estado de naturaleza. En este
marco, la paz es concebida como la ausencia de guerras o, lo que es lo mismo,
el fin de todas las hostilidades. Por ello no debe considerarse como válido
ningún tratado de paz que se haya celebrado con la reserva secreta de
algún casus bellien el futuro (2003, p. 5). Como el hombre tiene
inclinación a la guerra, el estado de paz requiere ser instaurado (2003, p.
14).
Aunque la
guerra es parte del estado de
naturaleza, no obstante, la paz es un imperativo moral que se impone por sí
mismo ante la razón, bajo la fórmula imperativa "no debe haber
guerra" (Truyol y Serra, 1979, p. 57). Así, la razón condena la guerra
como vía jurídica y convierte la paz en un deber (2003, p. 24). El juicio
pacifista de la razón se expresa mediante la palabra derecho. Para
el filósofo de Königsberg, el que la voz derecho aparezca frecuentemente aún en
las contiendas militares estatales, evidencia una disposición moral latente en
el ser humano, que puede prevalecer sobre lo malo que domina en él (2003, pp.
22-23).
Sin embargo,
la razón es eficaz, pero carece de energía propia para hacer efectiva la paz en el mundo, por lo
tanto, requiere del compromiso entre los pueblos orientado a la creación de
una "federación de la paz" que buscaría terminar con todas las
guerras para siempre. En este punto, el armisticio implica un compromiso considerado
inferior, en cuanto está dirigido a terminar con una determinada guerra.
Únicamente en la medida en que esta federación de la paz se extienda a los
demás Estados se irá haciendo realidad el dulce sueño de la paz perpetua (2003,
p. 24).
Kant lleva a
cabo una suerte de transferencia del paradigma hobbesiano de la seguridad y en
vistas a la pacificación (2003, p. 26), pero esta vez en el plano
internacional, perfilándose así como un antecesor ideológico de la Sociedad de
las Naciones, la que a su vez se convertiría en el tiempo de la posguerra en la
Organización de Naciones Unidas. A juicio de Kant, para garantizar la paz de la
comunidad internacional es preciso trasladar voluntariamente a un órgano
coactivo la capacidad de establecer el orden y así conformar una República
mundial, cuando menos, una federación de Estados que se
vaya expandiendo progresivamente. Un proceso que recuerda al momento mismo en
que los hombres en el estado de naturaleza hobbesiano dan vida al Estado
Leviatán mediante la transferencia de su soberanía individual, en la que cada
uno pronuncia aquello de: "autorizo y transfiero a este hombre o asamblea
de hombres mi derecho de gobernarme a mí mismo, con la condición de que
vosotros transferiréis a él vuestro derecho, y autorizaréis todos sus actos de
la misma manera" (Hobbes, 2003, p. 141).
No obstante,
el último garante de la paz mundial no es tal federación de Estados, ni
siquiera la República cosmopolita, sino la misma Naturaleza. En la línea de la
concepción renacentista, Kant parece concebir la naturaleza como la ley que
todas las cosas recibieron en su origen, que mana de su propio ser, que es
intrínseca y que las dirige a su finalidad no metafísica (Cassirer, 1994, p.
62). Por ello la armonía surge a pesar del antagonismo entre los hombres, aún
contra su voluntad (2003, p. 31). Ello se produce por efecto de la naturaleza
sobre la razón para que el ser humano, aún con sus tendencias e inclinaciones
malas, se convierta en un buen ciudadano, cumplidor de las leyes, que se comporta
en público como si no tuviera en su interior tales tendencias (Kant, 2003, pp.
37-39). Ahora bien, ¿cómo logra esto la Naturaleza? Dado que el instinto humano
tiende a la prevalencia del más fuerte de los poderes, el del dinero, los
hombres y los Estados fomentarán la paz, aunque no sea por impulsos de
moralidad sino por la mera conveniencia, esto es, para garantizar el comercio.
El filósofo idealista era consciente de la precariedad e insuficiencia de tal
garantía, sin embargo, apuntaba que era suficiente en la práctica y convertía
en deber el trabajo con miras a la paz perpetua (2003, p. 41).
La propuesta
de la paz perpetua, lejos de ser un planteamiento ocasional, se engancha con el
pensamiento filosófico kantiano y tiene consecuencias decisivas dentro de su
sistema. La paz constituye la totalidad del fin último de la doctrina del
derecho dentro de los límites de la mera razón, pues se trata del ordenamiento
resultante de una unión jurídica de los hombres bajo leyes públicas, guiados
por una regla tomada por la razón a priori (Truyol y Serra, 1979,
p. 60). Más aún, la filosofía política y jurídica kantiana desemboca en una
filosofía de la historia, puesto que la paz perpetua, que debe ser garantizada
por un Estado mundial o República cosmopolita, marca el devenir histórico de la
humanidad (1979, p. 61). Consecuente con su êthos ilustrado, Kant parecía creer
que tal cosa ya empezaba a suceder en su tiempo (2003, p. 30), puesto que
señalaba que se había avanzado en el establecimiento de tal comunidad entre los
pueblos del globo y que la violación del derecho en un punto de la tierra
repercute en los demás.
La propuesta
kantiana de la paz perpetua condensa in nuce las bases
filosóficas del pacifismo: toda guerra es un mal, y se debe evitar porque la razón
dicta el imperativo moral de la paz, la cual llegará como consecuencia de una
profunda aspiración humana que se condensa en la máxima: "Aspirad ante
todo al reino de la razón pura práctica y a su justicia y
vuestro fin (el bien de la paz perpetua) os vendrá por sí mismo" (Kant,
2003, p. 56). Immanuel Kant, que creía vivir en el mejor de los mundos posibles
creados por Dios, y por ello se declaraba contento de ser ciudadano del mismo
(2005, p. 59), no vio la aplicación de su dulce sueño de la paz perpetua. Sin
embargo, murió convencido de que la humanidad caminaba inexorablemente hacia
ese telos de la paz, hacia el fin de todos los conflictos y las guerras. Para
él se debía esperar que la paz perpetua, entendida como una tarea a realizar
por los hombres pero garantizada en último término por la Naturaleza, se
aproximara progresivamente, incluso en el corto tiempo (2003, p. 69
Una
comparación con Hegel
Hegel la
inevitabilidad de la guerra.
Las teorías de
la guerra de Kant y Hegel presentan ciertas afinidades:
1- Comparten la
hipótesis de un estado de naturaleza entre los pueblos.
2- Coinciden en
ver la guerra como un elemento que estimula el desarrollo cultural de la
humanidad.
3- Comparten la
idea de que los Estados se encuentran, en una condición de naturaleza,
caracterizada, por el enfrentamiento y la carencia de una instancia superior de
justicia.
4- Reconocen que
la condición actual de la humanidad es una condición de guerra.
5- Aceptan que
los hombres por lo general siguen más sus pasiones y sus instintos que la
razón; y que, sin embargo, mientras luchan por satisfacer su interés
particular, colaboran sin saberlo con la realización de un plan de la
naturaleza o con la voluntad del espíritu universal.[2]
Sin embargo,
igualmente significativas resultan las diferencias.
El cambio más
radical y sustancial tiene que ver, con la dura crítica hegeliana contra “el
deber ser” de la paz: mientras que el ideal de una paz perpetua representa para
Kant el ideal más valioso de la humanidad, para Hegel no pasa de ser una
quimera irrealizable.
Si bien Kant
reconoce que los caminos de la paz son arduos y difíciles, él considera la
búsqueda de un orden pacífico internacional adecuado a los principios del
derecho y como una obligación estricta, moral y política a la vez. Hegel en
cambio, considera ésta idea kantiana como una mera utopía, debido a la ausencia
entre Estados de un poder legal con la fuerza suficiente para hacer respetar,
en caso de conflictos, los derechos de cada cual:
“La paz perpetua
[afirma Hegel] ha sido presentada con frecuencia como un ideal al que los
hombres deberían tender”.
Kant propuso en
ese sentido una federación de príncipes que ejerciera la función de árbitro en
las desavenencias entre los Estados, y la Santa Alianza tenía esa finalidad,
pero el Estado es individuo y en la individualidad está contenida esencialmente
la negación. Por lo tanto, aunque se constituya una familia con diversos
Estados esta unión, en cuanto individualidad, tendrá una nueva oposición”[3].
Y más adelante
agrega el autor:
“No hay ningún
pretor entre los Estados, a lo sumo mediadores y árbitros, e incluso esto de un
modo contingente, es decir, según la voluntad particular. La representación
Kantiana de una paz perpetua por medio de una federación de estados que
arbitraria en toda disputa y arreglaría toda desavenencia como un poder
reconocido por todos los Estados individuales, e impediría así una solución
bélica, presupone el acuerdo de los Estados, que se basaría en motivos morales
o religiosos, y siempre en definitiva en particular voluntad soberana, con lo
que continuaría afectada por la contingencia”[4].
Los Estados se
comportan como individuos que se determinan a sí mismos y no aceptan injerencia
externa; hacerlo sería como renuncia a su soberanía y a su libertad. En el
derecho internacional no existen obligaciones en sentido estricto: todo pacto
puede ser roto en cualquier momento cuando un Estado se sienta perjudicado.
El hecho de que
no se haya podido afirmar una fuerza legal por encima de la lucha a muerte
entre los Estados, constituye para Hegel una prueba de que el ideal de paz es
una idea irrealizable, y por lo tanto irracional. Lo que es de verdad racional
tiene en si la energía suficiente para llegar a ser real; por lo tanto, el
ideal pacifista queda relegado a la esfera del “deber ser”, a lo que carece de
la fuerza y la eficacia necesarias para llegar “a ser”.
Por otro lado,
aunque Kant no niegue los aportes de la guerra a la civilización, él considera
que hay que evitarla pues, es injusta y representa una constante amenaza para
los derechos de los hombres y de los Estados. Hegel, en cambio no la considera
un mal absoluto, puesto que cumple funciones importantes tanto en el interior
del Estado, como en sus relaciones con las demás naciones[5].
Las guerras ayudan al fortalecimiento del Estado, a la superación de las
diferencias entre pueblos, al desarrollo de la historia; y son un hecho
inevitable, que ocurre cuando tiene que ocurrir.
Además en la
visión hegeliana la guerra desempeña una función fundamental, que es el de
consolidar los lazos éticos en el interior del Estado:
“… es por lo
tanto, el deber sustancial del individuo, el deber de mantener, con el peligro
y el sacrificio de su vida, de su opinión y de todo aquello que esta
naturalmente comprendido en el ámbito de la vida, esta individualidad
sustancial, la independencia y soberanía del Estado… En lo que se acaba de
indicar reside el momento ético de la guerra, que no debe considerarse como un
mal absoluto ni como una mera contingencia exterior…”[6].
Hegel considera
al Estado como un fin en sí mismo; a diferencia de otros autores que ven en él
un medio de seguridad y garantía de la propiedad. El Estado hegeliano se
caracteriza por su contenido ético. Esto quiere decir que todo ciudadano
encuentra en el Estado la razón de su libertad y el ámbito en el que puede
desarrollar todas sus potencialidades (como artista, comerciante, artesano,
político, religioso, etc.). Por lo
anterior, el ciudadano debe poder sacrificar su propiedad y su vida cuando el
Estado lo requiera, es decir, cuando el Estado se encuentre en serio peligro.
En la guerra se pone la prueba este espíritu cívico y ético, es decir, la
capacidad para la defensa del Estado.
El deber ético
permite que los ciudadanos y el Estado permanezcan en una estrecha relación
armónica. La pérdida de la eticidad marca el comienzo de la decadencia del
Estado y el principio de su desaparición.
En síntesis,
considera Hegel la guerra como un proceso inevitable y necesario, excluyendo
cualquier posibilidad de paz perpetua; además, le asigna al enfrentamiento
bélico una finalidad ética que consiste en la subordinación de los derechos
individuales al derecho superior del Estado.
Por otro lado
hay que destacar el hecho de que Hegel, a pesar de la apología de la guerra,
propugna por una humanización progresiva de la guerra, que va perdiendo cada
vez más su carácter de enfrentamiento personal.
Aunque a nivel
de los sentimientos y deseos estemos más cerca del ideal kantiano que de la
visión hegeliana, y aunque soñemos con un estado de paz y de justicia, se piensa que la realidad de estos dos siglos
de historia le ha dado la razón a Hegel, más que a Kant.
Bajo la óptica
hegeliana ,las propuestas del filósofo de Konigsberg siguen siendo
irrealizables a pesar de que los Estados hayan avanzado en esa dirección: Así
por ejemplo, la constitución democrática moderna se acerca en gran medida al
ideal republicano soñado por Kant, en cuanto a la división de los poderes
políticos y a su fundamentación sobre normas jurídicas. Sin embargo, los países
más demócratas del mundo siguen defendiendo sus derechos e intereses mediante
la guerra, mientras que la ONU resulta incapaz de detener una guerra.
A pesar del
peligro de autodestrucción la humanidad inventa cada día armas más sofisticadas
y mortíferas; mientras que en los países llamados del tercer mundo, la guerra,
justificada o no, sigue haciéndose enarbolando los ideales de justicia,
igualad, libertad, etc. Muchos Estados del mundo están desangrándose porque los
ciudadanos no encuentran más alternativa que la guerra para solucionar los
problemas políticos, culturales, raciales y económicos. La guerra está muy lejos
de desaparecer de la tierra.
Ante el realismo
político de Hegel, no se plantea una
hoja de ruta para que el horizonte de la paz-como si lo hace Kant- de los colombianos se haga realidad.
Adaptación
de la paz perpetua en el conflicto armado colombiano.
Es posible
adaptar la propuesta kantiana de la paz perpetua a la
situación colombiana? Considero que si, por las siguientes razones:
La primera,
la idea pacifista kantiana nos señala que la misma situación de guerra,
va creando las condiciones para la
instauración de una paz definitiva. Los efectos negativos de la guerra crean
relaciones jurídicas para detener la
guerra y entrar en relaciones jurídicas, que poco a poco detendrán las guerras
y crearan las bases para una autentica paz en Colombia. Por eso con el proyecto de solucionar el
conflicto armado entre el estado colombiano y los grupos alzados en armas,
evitando subsiguientemente la continuidad de desplazamiento forzoso, crímenes
selectivos y expropiación de tierras, los diferentes gobiernos han planteado
procedimientos pacíficos desde el presidente Gustavo Rojas Pinilla hasta el
actual presidente Juan Manuel Santos, se ha implementado la ley de Justicia y
Paz ( Ley 975 de 2005) de la “consecución de la paz nacional”, con la cual se
busca la reincorporación de los grupos al margen de la ley concomitante con el
carácter garante de los derechos de verdad, justicia y reparación de las víctimas;
la Ley de Victimas y Restitución de Tierras ( Ley 1448 de 2011); la Justicia Transicional, etc. Las anteriores
normatividades se soportan en el marco 22 de la Constitución Política
colombiana de 1991. A lo anterior se
agregaría la exigencia del respeto y aplicación del Derecho
Internacional Humanitario-DIH-. Con estas normatividades se reglamentaria un posible escenario de
paz en Colombia.
La
segunda, la adaptabilidad del
presupuesto de la paz perpetua se soporta sobre la base de que la propuesta
kantiana asume que la paz es preferible a la guerra. Extrapolando, la propuesta de Kant, ayuda a cuestionar la
posibilidad de que hubiera quienes encontraran más sentido político a vivir
bajo las condiciones de la guerra. No sólo este estado garantiza la libertad de
comercio y la hegemonía del dinero de la que hacía mención el filósofo de Königsberg,
sino que, además, potencia los impulsos de dominación y poder y que, bajo la imposición de posturas
guerreristas y autoritarias como las asumidas por Centro Democrático e Iván
Zuluaga, que pueden exacerbar, tal como ha demostrado la espiral de violencia
de las ideologías totalitarias del siglo XX.
En este
sentido, que existieran individuos que en pleno uso de su razón optaran por
vivir en y para la guerra es un presupuesto
inconcebible dentro del sistema filosófico kantiano pero absolutamente real
en la actual situación histórica
colombiana.
Tercera, la
concepción kantiana exige que los actores del conflicto renuncien a la vía
armada y al trasladar la matriz kantiana al escenario
nacional evidencia que los actores del
conflicto consideran la guerra costosa, indeseable, e inviable. Razones como
llegada al poder político de ex guerrilleros o militantes de la
izquierda revolucionaria en Centro y Suramérica por la vía democrática, el
apoyo internacional a los diálogos en la
Habana, una sociedad civil apoyando las negociaciones y un presidente Santos elegido
recientemente para darle continuidad a
las negociaciones de la Habana. Por lo anterior, los actores del conflicto
estarían acercándose a la exigencia
pacifista kantiana.
Cuarta, Kant
nos recomienda que los ejércitos permanentes deben desaparecer por completo en
el tiempo. Así se acabaría con el fenómeno de la guerra, ya que los ejércitos
permanentes representan una constante amenaza de agresión. Ya Se escuchan voces
a favor y en contra de la discusión de académicos, Farc, analistas,
organizaciones de derechos humanos, columnas de opinión, fuerzas armadas, gobierno, sectores de
derecha y ultraderecha, etc. Considero, que en la etapa del
posconflicto colombiano se debe relevar
la actual doctrina militar para la guerra hacia una doctrina militar para la
paz.
Quinta, el derecho de gentes según Kant, consistente en la organización de
una institución mundial para que detenga las guerras e instaure la paz. Es una
federación de Estados libres y autónomos, fundados sobre los derechos puros del
derecho. En el interior de esta federación deben quedar garantizadas la
seguridad, autonomía y libertad de todos los estados confederados. Kant, estaría invocando la ONU. Por eso es valida la recomendación
kantiana, en la cual éste organismo continúe prestando sus buenos
oficios en el cese del conflicto armado
colombiano.
Y sexta, Kant no valora cualquier
tipo de paz, sino una paz con justicia social y con libertad. La ciudadana colombiana piensa que la paz se
logra con derechos sociales es
decir, una paz incluyente en lo social y
plenas garantías en la igualdad, la libertad y el respeto por los derechos
humanos.
Conclusiones
En la reflexión
sobre la guerra y la paz se tiene como
referente el pensamiento ético-político de Kant, ya que ha sido el filósofo que ha
tomado con más seriedad la tarea de pensar y preparar el lento y
espinoso camino de la paz; y su proyecto
de paz perpetua sigue conservando, después de dos siglos plena vigencia y
actualidad como se intentó demostrar en
el desarrollo de este texto.
Deseable
rescatar, como el derecho de gentes, planteado por Kant, como medio de limitar el uso de la violencia
es una consideración importante a la hora de intentar relativizar un cercano
horizonte de paz en Colombia. Kant, ya
está hablando de la creación de una organización institucional mundial que
evite las guerras e instaure la paz. Y
esa organización es la que conocemos como la ONU y que gracias al proceso de globalización y el avance de
los diversos sistemas de integración han estrechado cada vez más la relación
entre la política internacional y la doméstica. Esta relación entre los asuntos
exteriores y las cuestiones internas es decisiva y creciente en las relaciones
internacionales contemporáneas. Más en concreto,
la presencia del organismo internacional
como facilitador y mediador en el actual
proceso de negociación entre el Gobierno y las Farc, en la ciudad de la Habana, es un
apoyo más que la comunidad internacional nos está brindando en la búsqueda de la paz.
Por lo tanto, es importante la cercanía de la ONU en las actuales negociaciones
ya que con su presencia se lograría además de consenso y hegemonía, legitimidad tanto de los acuerdos como de su
cumplimiento ante la eventualidad de un tratado de paz.
Finalizando, es
importante tener en cuenta la preocupación de pensadores y filósofos para
enfrentar con nuevos esquemas teóricos el problema de la guerra y más aún, para encontrar el difícil pero ineludible
camino de la paz en Colombia. De lo contrario, los colombianos
no volveremos a tener una segunda
oportunidad sobre la faz de la tierra como tampoco la tuvo la estirpe
desgraciada del coronel Aureliano Buendía en Cien Años de Soledad.
Bibliografía
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(*) Filósofo y politólogo de las Universidades del
Valle y Pontificia Universidad Javeriana. Profesor de la Facultad de Derecho y
Ciencias Políticas Universidad Libre Cali. Miembro del grupo de investigación
Phylojuris.
*
Artículo derivado del proyecto de investigación La paz perpetua kantiana: deseo
y anhelo de paz en Colombia. Proyecto perteneciente al grupo Phylojuris,
radicado en el CIFADER octubre de 2013 Facultad de Derecho Universidad Libre de
Cali.
[1]
Garzón, Vallejo Iván. Kant o Schmitt? Perspectivas filosófico- políticos
del conflicto armado febrero de 2008. Articulo derivado de la investigación:
“Vigencia de algunos filósofos políticos contemporáneos.” Desarrollado con el
patrocinio de la universidad católica San Pablo, Arequipa, Perú
[3]
Cfr. HEGEL, J.G.F. La fenomenología del espíritu.
México: Fondo de cultura económica. 1985. p. 108 hasta la p. 121. Introducción
a los principios fundamentales de la filosofía del derecho. Buenos Aires:
Suramericana. 1975. Parágrafo 340, p. 382 y par. 324, p. 372. lecciones sobre
la filosofía de la historia universal. Madrid: Alianza universal. 1980. p. 68
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