Gráfica captada en al convocatoria hecha por la Ruta Pacífica de Mujeres, el 10 de junio de 2014, en la Plazoleta de San Francisco. (Foto: Mauricio Villegas). |
Educación y economía para el
posconflicto en Colombia
La
“nueva” educación colombiana para el posconflicto y la formación en economía,
deben romper con el paradigma actual si pretende de verdad contribuir con la
construcción de la paz. Al igual que el lenguaje a utilizar.
Por Carlos
Alberto Ríos L. (*)
Deseo aclarar que para mí es de suma importancia
considerar en este tipo de análisis el papel preponderante que ha jugado la
historia y su aportación al desarrollo de la educación y la economía.
A través de
ella se ha venido construyendo y no siempre deconstruyendo una epistemología
que ha obedecido a la realidad del contexto en cada tiempo y a los intereses de
aquellos y aquellas que en dichos momentos han tenido el poder.
Son muchos los autores que han expuesto sus razones
y argumentos con relación a lo que deben ser la educación, la pedagogía y la
economía durante el tiempo. Se han descrito como en los setentas las relaciones
de poder y el papel que estas han jugado en el adoctrinamiento de las personas
y en la reproducción de las relaciones de fuerza. Se han creado espacios de
discusión en los cuales la resistencia a los sistemas ha sido su motor de
activación principal. Algo similar a lo que se plantea en: La Educación actual
no esperanza cambios profundos y rápidos porque como se imparte hoy sólo apunta
al indoctrinamiento de las personas, a la capacitación y no a la totalidad del
ser humano.[1]
Y en esa búsqueda que me inquieta y me brinda cierta
autonomía, he encontrado entre muchos otros, un texto maravilloso: “La historia
de la Pedagogía” de Abbagnano y Visalverghi,
el cual nos introduce de forma magistral en las diferentes
interpretaciones no sólo de la educación y la pedagogía, sino de la ciencias y
de la formación humana.
Aproximarse a este texto significa el encanto de
abordar lo maravilloso, quizás a una de las “joyas” de lo escrito, producto de
la reflexión de dos grandes pensadores, de lo que en esta ocasión nos convoca.
La obra inicia con el “mito de Prometeo”, el cual
reproduzco para el conocimiento de quienes aún no se acercan a él y para
facilitar la reflexión que aquí pretendo:
“Cuando los dioses hubieron plasmado las estirpes
animales, encargaron a Prometeo y a Epimeteo para que distribuyeran
convenientemente entre ellas todas aquellas cualidades de que debían estar
provistas para sobrevivir. Epimeteo se encargó de la distribución. En el
reparto dio a algunos la fuerza pero no la velocidad; a otros, los más débiles,
reservó la velocidad para que, ante el peligro, pudieran salvarse con la fuga;
concedió a unos armas naturales de ofensa o defensa y, a los que no dotó de
éstas, sí de medios diversos que garantizasen su salvación. Dio a los pequeños
alas para huir o cuevas subterráneas y escondrijos donde guarecerse. A los
grandes, a los vigorosos, en su propia corpulencia aseguró su defensa.
En una palabra, guardó un justo equilibrio en el
reparto de facultades y dones de modo que ninguna raza se viese obligada a
desaparecer. Les distribuyó además espesas pelambreras y pieles muy gruesas,
buena defensa contra el frío y el calor. Y procuró a toda especie animal un
alimento distinto: las hierbas de la tierra o los frutos de los árboles, o las
raíces, o bien, a algunos la carne de los otros. Sin embargo, a los carnívoros
les dio posteridad limitada, mientras que a sus víctimas concedió prole
abundante, de forma de garantizar la continuidad de su especie.
Ahora bien, Epimeteo, cuya sagacidad e inteligencia
no eran perfectas, no cayó en la cuenta de que había gastado todas las
facultades en los animales irracionales y de que el género humano había quedado
sin equipar. En este punto, llegó Prometeo a examinar la distribución hecha por
Epimeteo y vio que, si bien todas las razas estaban convenientemente provistas
para su conservación, el hombre estaba desnudo, descalzo y no tenía ni defensas
contra la intemperie ni armas naturales. Fue entonces cuando Prometeo decidió
robar a Hefestos y a Atenea el fuego y la habilidad mecánica, con el objeto de
regalarlos al hombre. De ese modo, con la habilidad mecánica y con el fuego, el
hombre entró en posesión de cuanto era preciso para protegerse y defenderse,
así como de los instrumentos y las armas aptos para procurarse el alimento, de
que había quedado desprovisto con la incauta distribución de Epimeteo.
Gracias a la habilidad mecánica el hombre pudo
inventar los albergues, los vestidos, el calzado, así como los instrumentos y
las armas para conseguir los alimentos. Además dispuso del arte de emitir
sonidos y palabras articuladas, y fue el único, entre los animales, capaz en
cuanto partícipe de una habilidad divina, de honrar a los dioses, y construir
altares e imágenes de la divinidad. Pero así y todo, los hombres no tenían la
vida asegurada porque vivían dispersos y no podían luchar ventajosamente contra
las fieras. Fue entonces cuando trataron de reunirse y fundar ciudades que les sirvieron de
abrigo; pero una vez reunidos, no poseyendo el arte político, es decir, de convivir,
se ofendían unos a otros y pronto empezaron a dispersarse de nuevo y a perecer.
Entonces, Zeus tuvo que intervenir para salvar por
segunda vez al género humano de la dispersión, y para ello envió a Hermes a fin
de que trajese a los hombres el respeto recíproco y la justicia, con objeto de
que fuesen principios ordenadores de las humanas comunidades y crearan entre
los ciudadanos lazos de solidaridad y concordia. Y, a diferencia de las artes
mecánicas, que en modo alguno fueron dadas todas a todos puesto que, por
ejemplo, un solo médico basta para muchos que ignoran el arte de la medicina,
Zeus dispuso que todos participaran del arte político, es decir, del respeto
recíproco y de la justicia y que quienes
se negaran a participar de ellos fueran expulsados de la comunidad humana o
condenados a muerte” (La historia de la Pedagogía).
De lo anterior podemos concluir que el ser humano no
puede sobrevivir sin el arte mecánico y sin el arte moral. Que estas artes
deben ser aprendidas y que el vehículo apropiado para ello es la educación,
acompañada de la pedagogía. Que a diferencia de los “irracionales”, para los
hombres (seres racionales) no es suficiente ni el abrir los ojos ni el caminar
para sobrevivir por sí solos, se requiere entonces de algo más, el Lenguaje y,
éste también se aprende.
La educación del ser humano está en todos los
lugares y contextos que éste frecuenta, es un hecho humano connatural, es una
necesidad y hace parte fundamental de su vida. Sin ella y sin el lenguaje, no
hay tradición y mucho menos desarrollo humano y cultural. Sin embargo, no le
asigno ni valores ni funciones que no posee. Solo quiero reconocerle su enorme
posibilidad para ampliar la capacidad de transformación, al menos, en un
sentido individual. Transformación que depende también de los mediadores, de
los paradigmas y de los poderes, de la necesidad y de la evolución biológica y
natural, del acto pedagógico. El ser humano es un buscador permanente y al
igual que Piaget, todos los mediadores deberían saberlo y tenerlo en cuenta a
la hora de ejercer su trabajo.
Para Humberto Quiceno, la educación y la pedagogía deberán estar
siempre ahí. La pedagogía es el lugar desde donde se hace la crítica a la
educación.[2]. Decir pedagogía
y decir crítica es lo mismo. Son connaturales entonces? parece que sí a pesar
de lo que hayan dicho anteriormente otros. Y por supuesto, a mi juicio, es
mucho más importante e impactante verlas desde esta óptica, ello posibilita
quizás una mejor educación y un desarrollo humano incluyente. Sin embargo, me
distancio un poco de él en el sentido de considerar a la educación en general
como una tradición, cuando sabemos que hay otro tipo de educación (aquella que
potencia la construcción de conocimiento, la transformación) no necesariamente
es tradición y en pensar que también sólo un tipo de pedagogía (porque hay
tipos de pedagogías que no potencian transformaciones, son falsas propuestas
discursivas) puede ser la renovación.
Por eso la educación no es solo transmisión, es
mucho más. Requiere de una pedagogía sinónima de crítica que potencie cambios y
del currículo (en lo posible un currículo amplio, integrador de lo visual y lo
oculto, etc.), de la didáctica y el espacio, de la investigación y el supuesto,
requiere fundamentalmente de hombres y mujeres coherentes con su pensar, con su
decir y con su hacer; y entonces allí se vuelve más importante aún la
pedagogía, entendida esta como el arte de acompañar al otro y a la otra en su
proceso de aprendizaje. Utilizando los tipos de lenguajes posibles y circunscritos
en el contexto humano, posibilitando la aceptación o el rechazo de las formas
establecidas por el hombre, que dotado de las artes mecánicas lo excluye y lo
elimina. La pedagogía es orientación hacia la auto dependencia, es la desunión
de la dependencia primaria para el crecimiento autónomo. Es la posibilidad de
acercar al hombre a su ser y a su estar. La pedagogía es el arte de conducir al
hombre en varias direcciones. [3]
Recorrer la historia de la educación y la pedagogía,
en una compilación de lo dicho y hecho por los clásicos griegos y algunos
asiáticos, es sumamente fascinante para quienes nos interesamos por este tipo
de trabajo; y no lo digo porque sea esta mi profesión, es más por un sentir
sincero y verdadero que nos posibilita practicar una pedagogía distinta en una
educación fuertemente marcada por lo tradicional.
No es fácil hacer un ejercicio de reflexión y
práctica que implica ruptura no sólo con lo epistemológico, sino también con lo
político, si es que esto no obedece también a la epistemología. Lo político,
porque en relación con todas las formas de poder, implica la necesidad de hacer
propuestas de ruptura contundentes que nos permitan la autonomía, la
investigación y las posturas contrarias a todo aquello que implique impedimento
al desarrollo humano (concepto que habremos de acordar como aquel en el cual se
le potencian al ser humano todas sus posibilidades de crecimiento y desarrollo
físico, motriz, intelectual, emocional, de autodependencia, de interacción, de
participación y de decisión, habilidades para SER y sobretodo, para ser
coherente consigo mismo, para que respete y entienda al otro ser vivo como el
garante de su existencia).
Autonomía entendida no como lo que por puro capricho
deseo hacer sino como aquella que nos otorga el saber y la crítica.
Al contrario de Locke y Rousseau, quienes volvieron
a la postura griega, pienso que la educación y la pedagogía están ahí y no
deben separarse. Creo que el día en el que los maestros tengamos claridad en
esto, haremos el mejor ejercicio pedagógico y educativo de nuestras vidas. Lo
veo para hacer una comparación, como la necesidad que tienen los economistas de
acompañar el ejercicio de su práctica y teorización económica, con la política.
De alguna manera, esta es la invitación que nos hace
Humberto Quiceno en su texto: “Educación tradicional y pedagogía crítica”. No
debe haber entonces educación ni pedagogía sin recorrer previamente la
historia, pero y fundamentalmente sin ligarlas.
En la historia aparecen los momentos más importantes
de su desarrollo, las diferencias, los aciertos y equivocaciones, pensadas
éstas últimas desde el paradigma de los clásicos griegos, para quienes la
educación era la preparación del ser para la vida y la política; sino de aquel
paradigma para el que en su afán por la acumulación, relevó al ser humano y a
las demás formas de vida convirtiéndolas no en su fin, sino en su medio,
perdiendo de esta forma el horizonte del desarrollo humano propuesto por los
clásicos griegos y entendiendo a éste como la posibilidad de su crecimiento y
satisfacción sin perder de vista su compromiso con el hábitat.
Para unirlas en el discurso y en el hacer es
necesario tener consciencia de lo que se pretende, de la necesidad de su
relación. Pero es difícil en este contexto ser coherente con uno mismo, con lo
que se piensa, se dice y se hace. Este es un reto.
Intentar de manera permanente romper (porque así
toca a mi juicio hacerlo) con formas tradicionales de administración de la
educación, de enseñanza, con didácticas y recursos impuestos por el poder de
turno. No es tarea de fácil ejecución. Implica un alto grado de consciencia, de
permanente reflexión y de una decisión profunda de desaparecer esquemas con
epistemologías conservadoras de regímenes y paradigmas dominantes por mucho
tiempo.
Atreverse en sí mismo es un gran reto, tener
consciencia de la necesidad de acompañar a los que pretenden aprender a vivir y
sobrevivir en esta sociedad, para que logren su autonomía es también un serio compromiso y una enorme
necesidad.
Si la pretensión es llevar a la praxis lo que se
teoriza, se debe ser consciente de la necesidad de ser coherentes, porque es
precisamente allí en donde con mayor frecuencia fracasamos. Muchas veces
teorizamos sólo para hacer discursos de seducción o de explosión intelectual
pero nos cuesta demasiado poner en el contexto lo dialógico, lo teórico.
Discutimos de las diferentes pedagogías y sin
embargo seguimos manejando pedagogías de reproducción y de sometimiento en
ocasiones excesivamente conductistas para hacer del hombre un ser dependiente,
como lo requiere el sistema que domina.
Cuestionamos los modelos tradicionales de evaluación
y seguimos evaluando de la misma manera en la mayoría de los casos.
Homogeneizamos los grupos, no diferenciamos a las personas al momento de
evaluar, no diferenciamos a esos seres humanos que tenemos al lado o en frente,
no nos interesa su individualidad ni su emotividad, no indagamos por sus
expectativas, exigimos una respuesta similar a lo que queremos oír, parece que
viviéramos para reproducir y no para generar otras formas de pensar.
Nuevamente, nos urge la necesidad de ser coherentes
con nosotros mismos, con lo que pensamos, decimos y hacemos. Y en este caso, me
refiero a quienes nos tomamos el trabajo de repensar a la educación y su papel
en la formación humana.
A quienes ejercemos la profesión nos convoca una
gran responsabilidad pedagógica: acompañar en su proceso de autodependencia a
todos y todas aquellas que hagan parte de “nuestra realidad”, parir hijos pero
para “perderlos” entregándoselos a la sociedad y “recuperarlos” en el ejercicio
de sus herramientas morales.
¿Cuál es el papel que viene a jugar la ciencia en el
hacer educativo y pedagógico? La ciencia aporta conocimiento y con él
autonomía. Permite investigar y avanzar en el proceso de entendimiento y
mejoramiento de la relación, en especial, las ciencias sociales a pesar de la
inocultable situación de crisis que viven hoy.
Debe valerse de su método inductivo y deductivo;
debe considerar como lo hizo Aristóteles, la causa formal, la causa material,
la causa eficiente y la causa final[4].
Ella misma
debe ser objeto de estudio para esclarecerse y poder esclarecer. La ciencia
también se ha equivocado y aún más, se ha podido demostrar su incapacidad para
resolver ciertos enigmas que escapan de su hacer.
Romper incluso en ocasiones, de alguna manera, con
el método científico a pesar de todo lo que éste le ha aportado al conocimiento
y a la humanidad, puede ser una necesidad para cobrarle y cobrarnos por su
enorme capacidad de fragmentar y con esa fragmentación fragmentar también al
ser humano. Fragmentación que le impide ver la totalidad y hacer parte de las
transformaciones. [5].
Reconocerle a la ciencia lo que es y lo que ha
aportado no sólo a partir de Aristóteles sino también de Descartes y Bacon.
Reconocer su objetividad, el interés que la impulsa; pero también reconocer lo
que los demás tipos de conocimiento le aportan al desarrollo humano. De hecho,
y como lo plantea Mardonés en El ámbito de las ciencias humanas y sociales, todavía no se ha
llegado a obtener un consenso acerca de la fundamentación científica. No
tenemos una teoría de la ciencia o epistemología. Hay varias en pugna.
Simplificando, las diversas posturas se reducen a
proponer un modelo de explicación científica según el canon de las ciencias
naturales (positivismo), o un modelo diferente donde se acentúa la peculiaridad
del objeto socio histórico psicológico y el modo de aproximación a él
(hermenéutica, fenomenología, dialéctica, lingüística…)[6].
Este es otro de los grandes retos del ser humano: su
búsqueda, su ampliación y su extensión.
Me corresponde entonces relacionar la educación y la
pedagogía con el desarrollo humano y me obligo a hacerlo desde tres
perspectivas diferentes: la antropológica, la educativa y la hermenéutica. Y de
alguna forma, en renglones anteriores ya he hecho alusión a algunas de ellas.
Desde lo antropológico, creo que se explica de manera suficiente con la
ilustración del mito de Prometeo; desde la educación, cuando no comparto con
algunos que pretenden otorgarle a ella facultades que no posee y en eso ruego
que seamos cuidadosos.
Finalmente, nos queda la hermenéutica y creo que
allí sí podemos desde nuestro sitial de maestros aprovechar el conocimiento, la
ciencia y la crítica realidad, para buscar un desarrollo humano coherente con
lo que pretendemos cuando pensamos que éste debe ser fundamentalmente aquel que
potencie al ser en su dimensión cognitiva, afectiva, corporal y moral. Es
decir, un ser humano capaz de convivir con el otro y con su entorno sin
destruir a ninguno.
Entonces, hablar de educación, de pedagogía, de
ciencia y de desarrollo humano, implica necesariamente, hablar de un reto
constante que nos posibilite (a los académicos) como a Zeus darle al otro o a
la otra no sólo arte mecánico, sino también, herramientas morales: respeto
recíproco, política, crítica y justicia.
En acuerdo con lo anterior, la enseñanza y el
aprendizaje requieren de una pedagogía crítica para vislumbrar a través de ella
las inconsistencias de una “ciencia” y de un contexto que transgreden su objeto
de estudio, que se ponen de espaldas a la realidad de quienes esperan de sus
bondades un aporte más justo y coherente con su propósito de formulación.
En el caso de la economía, la que se enseña es la
misma economía que ha fracasado, es la misma que ha sumido en la pobreza y
miseria a más de la mitad de la población del mundo, la misma que se contradice
cuando lo que realmente estimula es el sacrificio y no el beneficio humano. Es
la misma que atenta contra la vida en todas sus manifestaciones, la misma que
estimula la acumulación y no la distribución, la misma que imposibilita el
bienestar general, la misma que le permite a pocos tener demasiado y a muchos
carecer casi de todo.
La “nueva” educación colombiana para el posconflicto
y la formación en economía, deben romper con el paradigma actual si pretende de
verdad contribuir con la construcción de la paz. Al igual que el lenguaje a
utilizar.
(*) Docente de la
Universidad Santiago de Cali.
[1] Manfred Max Neef. El acto
creativo.
[2] Humberto Quiceno. Educación
tradicional y pedagogía crítica.
[3] Humberto Quiceno. Educación
tradicional y pedagogía critica.
[4] Mardonés José María, Filosofía de las ciencias humanas
y sociales.
[5] Neef M. Manfred Conferencia Educacion Valores del Epiritu.
USC Agosto de 2003.
[6] Mardones Jose M. Filosofía de las ciencias humanas y sociales.
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